No les hablaré de Dante y la Divina Comedia, ni de la marcha liguera del equipo de fútbol local, o de una familia en paro de larga duración; simplemente de un día cualquiera de un abogado de guardia de detenidos, que se parece bastante a un descenso a los infiernos más desdichados, en las gastadas dependencias policiales o en los juzgados de la geografía provincial, superando el tedio de propios y ajenos y la escasez de recursos que todos padecemos. Un día de guardia puede suponer tropezarte de improviso con personas de toda clase que maltratan de palabra y obra a sus parejas sentimentales, otras que quebrantan las ordenes de alejamiento dictadas anteriormente por otros jueces, es tratar y atender a personas adictas a todo tipo de sustancias y patologías, a quienes se ven envueltos en agresiones o en conducción bajo los efectos de ese alcohol que nos pone a todos en riesgo al volante. Es ser consciente como ignorar las consecuencias de los propios actos muchas veces es el abismo.

Un día de guardia es compartir la angustia de los familiares, la incertidumbre de una resolución judicial, las privaciones de una persona detenida y muchas veces sus lágrimas y su incomprensión. Un día de guardia para un abogado es una cura de humildad, es desnudar la condición más vulnerable del ser humano, es poner vendas sobre heridas profundas que desangran el corazón, es convivir con la miseria y la vulnerabilidad en grado extremo, es escuchar a personas en su mayor parte vagabundos de cariño, es compartir unas horas un camino huérfano de referentes, una historia ayuna de esperanzas.

Y entre tanta tragedia, separada apenas por un número de expediente o por una celda, además de aplicar las normas y los criterios legales; sobre todo te ofrece la oportunidad de poner algo de sentido común en la sinrazón de conductas extremas, de poner una palabra de ánimo en unas vidas rotas marcadas por tragedias que nos trascienden, de alumbrar alternativas en callejones que parecen sin salida. Un día de guardia es bajar a los infiernos de la degradación moral del ser humano, pero no para quedarse en ella, sino para ofrecer respuestas más allá del sistema formal del que somos parte. Pedir que el cielo exista aunque nuestro lugar sea las tinieblas, Que el infierno, ni el fuego ni el dolor, son eternos, como diría el poeta.

Terminada la jornada, extensa en diligencias y densa en emociones, suenan en la calles las notas del Oh, sole mío que interpretan dos personas de nacionalidad rumana buscándose la vida, mientras la gente transita ajena y ufana por las avenidas con las bolsas de sus compras, un día cualquiera.

* Abogado