Jesús fue claro y contundente: mi reino no es de este mundo. Lo dijo en el momento que, podemos pensar, era el más comprometido de su vida. Se estaba jugando la absolución o la pena de muerte ante el juez romano. Su interlocutor ya no eran los intrigantes fariseos o escribas. Ahora tenía enfrente al representante legal del imperio político y militar más poderoso del mundo, y lo que estaba en juego no era nada más y nada menos que su propia vida. En este solemne escenario fue tajante: mi reino no es de aquí. No tengo nada que ver con lo que tú y tu emperador representáis. Si fuera de otra manera, las cosas no sucederían como están sucediendo, mis seguidores estarían combatiendo para liberarme. Pero ni reino no es de aquí.

Sin embargo, a lo largo de la historia estas tajantes palabras de Jesús han sido leídas y recibidas por sus seguidores con menos precisión que otras. Por ejemplo, en otra ocasión también dijo, refiriéndose al matrimonio: "Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre". Este texto sí ha sido asumido con todas sus consecuencias, y en toda su rigidez. Bajo ningún concepto, por ningún motivo, la Iglesia Católica consiente el divorcio de quienes han contraído matrimonio eclesiástico. Se acepta revisar si el consentimiento dado originalmente fue válido o no. Pero en el supuesto de que haya sido válido no se acepta de ninguna manera que los contrayentes de mutuo acuerdo disuelvan su compromiso. Las dos exenciones aceptadas, las que en el Derecho Canónico se denominan el "privilegio paulino" y el "privilegio petrino", no pasan de ser dos situaciones marginales de escasísima aplicación.

Sin embargo, la otra frase, "mi reino no es de este mundo" no ha sido asumida con la misma radicalidad. A lo largo del tiempo, la Iglesia ha sido, unas veces más, otras veces menos, contemporizadora con los dos grandes valores de este mundo: el poder político y el dinero. Desde el momento en que el Emperador Constantino hizo del cristianismo la religión oficial del Imperio Romano, las altas autoridades de la Iglesia han estado muy relacionadas con las altas autoridades del Estado. Se aceptó la convergencia de objetivos de una parte y de otra. En los viejos tiempos, los reyes y el Papa, los duques y marqueses y los obispos, constituían una élite de poder político decisorio bastante coherente entre ellos. Eran los tiempos que se llaman de la "cristiandad".

En la actualidad las cosas ya son diferentes. Con la llegada de las democracias parlamentarias y de los partidos políticos, la cúpula del poder político está fraccionada entre el partido gobernante y el partido de la oposición. Con el advenimiento de la revolución industrial y el desarrollo del sistema capitalista, la riqueza se ha desplazado de la tenencia de la tierra, a la gestión del capital financiero. En este nuevo orden de cosas, la frase de Jesús sigue teniendo sentido: "Mi reino no es de este mundo". Mi reino no tiene nada que ver ni con los partidos políticos, ni con el poder de las finanzas. Mi reino es otra cosa.

Hay una tendencia generalizada a pensar que ciertos partidos son favorables y simpatizantes con la Iglesia, y que otros, por el contrario, le son adversos. Consecuentemente, que los católicos deberían alinearse con unos partidos, y alejarse de los otros; que la Iglesia, actuando con prudencia y realismo, se acoja al paraguas protector de unos partidos, y eluda los planteamientos de los otros.

Esta forma pensar no pasa de ser una herencia ideológica poco contrastada. Desde la revolución francesa para acá, se acepta con bastante generalidad que la derecha favorece a la Iglesia y a la predicación del evangelio de Jesús, y que la izquierda la dificulta e incluso la impide. En algunos casos ha sido así efectivamente. La persecución a la Iglesia Católica en la Unión Soviética es un caso evidente. En otros casos es al contrario. Alla por los años 80 en El Salvador, la derecha salvadoreña distribuía unas pegatinas con el siguiente lema: "Sea patriota, mate un cura". Así mataron a Monseñor Romero y a seis jesuitas de la Universidad Centro Americana (UCA).

La fe cristiana no tiene que ver con las ideologías políticas. La fe en la resurrección de Jesús no tiene nada que ver con la nacionalización de la Banca, o la privatización de las empresas. Se puede ser creyente y pensar que a la sociedad civil le conviene más una manera de organizarse que otra. El Reino del cual hablaba Jesús, es el Reino de la Verdad, de la Justicia y de la Paz. Pero Jesús nunca pensó construir este Reino desde el Poder, sino desde la conversión interior de las personas.

* Profesor jesuita