Se cumple el centenario este año de la composición, por el poeta sevillano Antonio Machado, del poema La Saeta , dedicado a la religiosidad popular que nos acompaña esta semana: "Cantar del pueblo andaluz, que todas las primaveras anda pidiendo escaleras, para subir a la Cruz". Se equivocan quienes estos días sólo ven en las calles de todos los pueblos y ciudades de nuestra geografía, la celebración de un espectáculo multitudinario, una brillante manifestación cultural, un peculiar signo identitario que pervive en tiempos de globalización o un reclamo más para el turismo. Sin duda, tiene parte de todo ello. Pero el alma de la Semana Santa en Andalucía, aquello que le da personalidad propia y la ha hecho superar, además del vaivén de las modas, difíciles avatares históricos, sociales y económicos, y la muestra reluciente en un tiempo de incredulidades generalizadas; va más allá de la promoción y la ofertas de los paquetes turísticos, de los sones de las marchas procesionales o del destello de los bordados y la imaginería barroca; es el sentimiento devocional, profundo y arraigado, en la inmensa mayoría de la población, de todas las edades, clases y sexos, que acompaña con respeto el caminar de las cofradías en cada localidad andaluza. Baste contemplar la marcha, silente y anónima, de miles de nazarenos y penitentes, que recorren nuestras calles y plazas.

Asistimos estas jornadas, más que a manifestaciones culturales, a manifestaciones de fe, donde miles de ciudadanos salen a la calle sin que los convoque ningún líder político ni mediático del momento, que no reclaman mejoras salariales ni sociales, sino que señalan el norte de su confianza, la raíz de su fuerza, y nos indican el ejemplo en el que sí merece la pena mirarse. Es lo que llaman inculturación de la fe: donde la pasión se convierte en celebración, cuando el incienso se confunde con el azahar, mientras la vida se sobrepone sobre la muerte, y la esperanza se impone sobre el sufrimiento de un pueblo y su historia. La sociedad andaluza, más allá de las tallas de imaginería o del esplendor de los pasos, y lejos de identificarse con figuras inertes, como indica el poeta sevillano, se compadece con quienes andan y caminan por el mundo bajo el peso de tantas cruces compartidas, y se convierte en cirineo de tanto dolor, en costalero del altar y del triunfo de la vida, en portador cada primavera de la Buena Noticia que nos trae luminosos horizontes: "¡No puedo cantar ni quiero, a ese Jesús del madero, sino al que anduvo en el mar!"

* Abogado