La condición de jesuita de Jorge Mario Bergoglio, el primer Papa con esta singularidad, ha colocado de nuevo en primer plano a la que es la orden más poderosa del mundo. Aunque hoy tiene la mitad de miembros que medio siglo atrás, la Compañía de Jesús sigue siendo, con 18.000 miembros, no solo la organización de religiosos católicos más numerosa de cuantas existen, sino probablemente también la más influyente. Por eso en su larga historia, cuyos inicios se remontan a 1540, ha pasado por muchas vicisitudes, incluida, paradójicamente, la de haber sido prohibida durante 40 años por la Iglesia a finales del siglo XVIII. A los jesuitas --volcados principalmente en la enseñanza-- se les ha atribuido a menudo connivencia con el poder establecido, pero han dado muchas más muestras de cercanía a los más desfavorecidos, compromiso que en no pocas ocasiones han pagado con la propia vida, como Ignacio Ellacuría y otros cinco sacerdotes de la orden asesinados en 1989 en El Salvador por un escuadrón militar. La teología de la liberación no está hoy en el centro del debate religioso y no causa la división de opiniones entre católicos que originó hace unas décadas. Pero las desigualdades sociales que dieron lugar a su nacimiento no solo persisten sino que se han agrandado. De ahí que el mensaje de la orden que fundó Ignacio de Loyola tenga hoy mucha vigencia. La esperanza de que el papa Francisco pueda y sepa aplicarlo desde el Vaticano no es solo de los cristianos, sino de toda persona con sentido de la justicia.