En un huerto, el de Getsemaní, se retiró Jesús de Nazaret antes de ser llevado a la cruz para morir y en un huerto, también, parece que Miguel Angel se retira con nuestros hijos, empeñado en que éstos nazcan esos nuevos valores de convivencia, de salud, de cariño y apego hacia la naturaleza, tan urgentes y tan necesarios en una sociedad como la nuestra que se ha quedado absolutamente fracturada. Tengo que avisar a los lectores de que muy probablemente Miguel Angel no esté bajo el auspicio intelectual del método suzuki pero no me cabe la menor duda de que mi hija, junto a él, está creciendo en los valores que hace un momento he mencionado.

Miguel Angel es el tutor de mi hija Celia que apenas roza la decena de años. En su colegio, "Mirasierra", un colegio público de nuestra capital, porque basta ya de fastidiarnos los unos a los otros con las diferencias en vez encontrar lo que nos complementa, cuidan de un huerto desde hace tiempo. Es un huerto pequeño, que cuenta desgraciadamente con muy pocos recursos. Pero está bautizado, eso sí. Las chicas y los chicos lo han llamado "Huerto de los remolinos". Vaya tela con los juegos inconscientes de palabras de nuestros pequeños y la burbuja inmobiliaria de la Costa del Sol.

Papá, me dijo Celia hace unos días, escribe algo en el periódico porque nos han robado en el huerto y se han llevado dos lechugas. Y creo, le dije yo, que no es la primera vez que sucede, por lo que he escuchado, a lo que ella asintió con un cierto rictus de desconsuelo que detesto ver en el rostro de un pequeño. Pero en ese momento volvieron a resonar en mi conciencia las palabras de Tomás de Aquino que he dejado aquí escritas no hace mucho a propósito de algunos acontecimientos que pueden suceder cuando la necesidad de los seres humanos es extrema. Sin embargo, y a pesar del constante martilleo, esas palabras contundentes no salieron esta vez al exterior de mi conciencia; por una parte, porque no estoy del todo convencido de que a mi hija le hubiese interesado en ese instante escuchar un discurso sobre la teoría de la justicia del Aquinitate; y por otro lado, porque al más puro estilo tomista, me salió al paso una objeción a la tesis fundamental que se plantea en dicha teoría de la justicia. Y es que en ese huerto nos jugamos una buena parte de los valores con los que mi hija afrontará el resto de su vida, su futuro. Y no voy a permitir que nadie se lo robe porque el que roba en el huerto que cuidan los pequeños en nuestros colegios está robando precisamente la posibilidad de que él mismo, el ladrón, pueda dejar algún día de robar.

No les quepa duda, como ya he manifestado en alguna que otra ocasión, que me declaro tomista, gordillista... ¡Ah! Y revillista, porque no se olviden mis queridos lectores de las declaraciones públicas que hace solo unos días realizó Miguel Angel Revilla en un conocido programa de televisión de nuestra cadena autonómica.

El también dijo abiertamente lo que haría para dar de comer a sus hijos en caso de extrema necesidad. Yo también lo haría, pero jamás lo haría en el huerto que unos chavales, nuestra única posibilidad de futuro, cuidan junto a su profesor o profesora, porque esto significaría que para que diéramos a unos el pan nuestro de cada día, les estaríamos quitando a otros el pan de los valores del mañana.