Aunque los sellos de Correos ya no son lo que fueron, convertidos ahora muchos de ellos en pegatinas adhesivas, lamento que los programadores de la reciente serie sobre "Arcos y Puertas Monumentales" no hayan estado atentos para incluir en ella nuestra flamante Puerta del Puente, que con tanto esplendor luce tras su reciente restauración. Un olvido que podría subsanarse si se repite en el futuro otra serie similar. Pero bueno, tenemos el original para disfrutarlo. No me canso de bajar a ese enclave monumental, especialmente al atardecer, cuando, entre dos luces, muestra un aura mágica y esplendorosa. La Mezquita ya ha cerrado sus puertas y la imitan también los negocios turísticos, así que el trajín diurno da paso a un goteo de siluetas silenciosas, vigiladas por el Arcángel encaramado en su esbelta columna. En la fachada del antiguo palacio del obispo, esquina a Amador de los Ríos, los andamios embozados en lonas protectoras revelan que avanza la restauración de ese edificio del XVII tantos años olvidado. El único borrón que va a quedar en el entorno, si la autoridad incompetente no lo remedia, es la alcaparra que cuelga, como una infamante vergüenza, en la fachada del antiguo hospital de San Sebastián, el mejor gótico humanista de Córdoba al decir de los que de eso entienden. ¿Tan difícil es desplegar una escalera telescópica y eliminarla?

Los bancos ahora colocados en la plaza del Triunfo quedan extraños, en efecto, pero hay que ponerse en la piel de los turistas desfallecidos, que los agradecen como un salvavidas. Acabaremos acostumbrándonos. Minucias, en comparación con el escenográfico conjunto monumental que aquí se concentra, redimido de su decadencia por obra de Juan Cuenca y gracia de la Junta. Contrastando con las pintorescas fachadas de traza neomudéjar, surge en un ángulo de la plaza el bloque minimalista y horizontal del Centro de Visitantes, con su nombre grabado sobre los cristales en todos los idiomas. Aunque despertó precipitadas críticas cuando aún se hallaba en construcción, el edificio pone una nota de modernidad respetuosa, en volumen y tonalidad, con el entorno. Ha cubierto la vieja mella de aquel solar que se eternizaba y no pretende competir con los monumentos circundantes. Ahora es menester que la Junta deje de jugar al suspense con su entrega y que su receptor el Ayuntamiento lo gestione de forma inteligente e imaginativa, pues será como el gran recibidor de la ciudad. En semejante meollo monumental, sedimento de siglos, sería extemporáneo que Junta y Ayuntamiento escenificasen ahora otra batallita aldeana. El municipio debe hacer un esfuerzo para que pese a la crisis (ay, ya salió la palabrita) el contenido esté a la altura del continente. Algo serio, propio de una ciudad Patrimonio de la Humanidad, no vaya a quedarse en mera oficina de turismo (ya hay una a cien metros) y mercadillo de baratijas. Imagino al defenestrado responsable del Consorcio de Turismo, Federico Rodríguez, organizando ese espacio...

En el muro de la explanada del triunfo que mira al Guadalquivir reluce al anochecer el soneto de don Luis, que ha sido restaurado, reescritas sus letras sobre el mármol blanco e iluminado certeramente con un foco escenográfico para que propios y extraños se deleiten con el poema cordobés más famoso, que merece rotularse en oro. "Oh excelso muro, oh torres coronadas-". Acaso le falte un detalle vegetal que pinte una pincelada verde sobre el austero paramento. La plaza se prolonga hasta el renovado pavimento de la Ribera, rebajado casi dos metros para que la Puerta del Puente luzca en toda su esbeltez original y la gente pueda pasar bajo su hueco sintiéndose Felipe II entrando en la urbe. Transitan las personas por este enclave mágico con la mayor naturalidad, como acostumbradas a tutearse con la historia. El turista alucinado se cruza con el vecino que pasea a su perro, y el ciclista no contaminante cede el paso al joven matrimonio forastero con niño que encara el puente de semblante recién lavado. "Mira, hijo, tiene dos mil años". Al menos los cimientos. La renovada travesía de la Ribera sigue sin autos, por ahora, convertida en reino del paseante, que puede moverse a sus anchas sin temor a ser atropellado, aunque la presencia de la marquesina anuncia una futura parada de autobús. Y los hoteleros reclaman que se abra a los coches de su clientela para no fenecer. Será cuestión de armonizar intereses. Y a seguir disfrutando de tan mágico enclave.

* Periodista