Barack Obama ha ganado y su reelección suscita un alud de reflexiones sobre diversos aspectos de lo que vendrá a continuación. En particular, sobre si habrá continuidad o cambio en algunas de sus políticas, y por supuesto en política exterior, pues lo que hace o deja de hacer Estados Unidos en este terreno suele tener consecuencias para todos los demás.

En este sentido, conviene partir de dos o tres puntos de referencia clave. Uno es que la política exterior es una política que se basa tradicionalmente en lo que se llama continuidad de Estado. El Estado contrae obligaciones en relación con el entorno internacional que no es que sean inamovibles para un Gobierno entrante, pero la política exterior no es de quitar y cambiar con facilidad. O, mejor dicho, introducir cambios comporta generalmente gobernar una pesada carga inercial: aquella herencia del Gobierno saliente con la que se encuentra el entrante. Esto sirve para ilustrar, por ejemplo, que Obama II (es decir, Obama en su segundo mandato) tendrá mas continuidad que cambios en relación con Obama I (Obama en su primera legislatura), comparado con Obama I en el 2008, cuando se enfrentó a la pesada herencia exterior que le dejó Bush, desde Guantánamo hasta las tensas relaciones con el mundo árabe y musulmán pasando por cómo salir de sitios como Irak y Afganistán.

Eso comporta, desde luego, alguna complejidad dentro de esta política de continuidad. Por ejemplo, en el 2012 el mundo entero y Europa en particular esperan de Obama II una política de impulso y liderazgo en relación a la crisis económica internacional. En este sentido, Obama puede respirar tranquilo: sus orientaciones económicas en relación con la situación con la que se encontró en enero de 2009 han dado frutos --lo reconocen hasta adversarios suyos como el excandidato McCain--, mientras que las que reinan en la Unión Europea siguen arrastrando los pies, con elevados costes sociales. Romney se equivocó al centrar parte de su campaña en el eslógan ¿Está usted mejor o peor que hace cuatro años?. La respuesta obvia es "sustancialmente mejor" (en EEUU).

Por otro lado, han respirado con alivio actores internacionales tan poderosos como Rusia y China, aunque algunos comentaristas sugerían con malicia que preferían a Romney. La clave está en un concepto que hoy domina la política internacional mucho más que hace cuatro, ocho o doce años: interdependencia. Es la regla objetiva y de oro de nuestro tiempo, y nos dice mucho más que el manoseado término globalización.

Es cierto que Putin ha intentado reforzar y elevar a Rusia al estatuto de la otra superpotencia, pero una cosa es querer y otra es poder. Y Putin, más allá de la retórica al uso en todo discurso político cara a la galería (la nacional y la mundial), lo sabe. Obama ha manejado con prudencia este tema: desde la cuestión de los sistemas antimisiles que Bush decidió instalar en el flanco oriental de Europa --con maneras, por cierto, bastante discutibles para con sus propios aliados de la OTAN-- hasta la firmeza diplomática en relación con el problema de Irán y su programa nuclear. Obama ha contenido cualquier tentación militar unilateral del Gobierno israelí y ha mantenido la línea de acción diplomática firme pero multilateral y con la ONU. De ahí los enfados constantes y crecientes de Netanyahu, que apostaba al 100% por Romney y acaba de invertir su futuro político en una alianza electoral y de gobierno con el ultraderechista Lirberman.

Ya no estamos en la guerra fría, y aunque Putin necesite un cierto discurso retórico, en la cuestión afgana, por ejemplo, se ha mostrado abiertamente cooperativo. Rusia y algunas de las repúblicas exsoviéticas de Asia Central han puesto facilidades y no obstáculos a la logística de la ISAF y la OTAN en tránsito hacia Afganistán. Y Putin podría haber puesto muchas pegas durante estos años. Rusia, cabe pensar, también apostaba por Obama, y la mesura de este en la campaña electoral resultará mutuamente beneficiosa. Otro error garrafal de Romney: publicitar a Rusia como el principal problema de EEUU en política internacional.

Queda China, la perfecta ilustración de la interdependencia. Como dijo Hillary Clinton, "no debes incomodar a tu banquero". Bien, pero tu banquero ha de procurar que, como cliente principal, tu economía no se vaya al garete. A cambio de algo: normalizar la pertenencia china a la Organización Mundial del Comercio si Pekín echa una mano en el tema de Irán o de Siria y las primaveras árabes. Y en otros asuntos, como América Latina, Africa o el medioambiente, predominará la continuidad en un mundo en el que todo depende de todo, incluso para Obama.

* Catedrático de Ciencia Política (UB)