¿Alguien cree que de la Comisión que investiga los supuestos ERE fraudulentos gestionados por la Junta de Andalucía vaya a salir algo en claro? Supongo que se eligió el mes de agosto para minimizar sus efectos en la opinión pública y, de paso, demostrar por la fuerza de los hechos que algunos parlamentarios se ganan el sueldo (lo que no sabemos es cuántos extras han cobrado por ello); pero aquéllos que, a pesar del periodo vacacional, hayan podido seguir las declaraciones de unos y otros a través de la prensa, estarán conmigo en que a ratos ha sido difícil no sentir vergüenza ajena. La desfachatez y el cinismo (presuntos, por supuesto) dominan las actuaciones, de forma que investigadores e investigados parecen obedecer más a criterios corporativistas y oligárquicos de partido que a la búsqueda de la verdad; lo que equivale a estafar por segunda vez y con alevosía los intereses de los andaluces, resignados a que les roben desde hace siglos. A pesar de tanto subterfugio --supongo que lo visto y escuchado no es nada para lo que nos queda por ver y escuchar--, hay algo de lo que muchos ciudadanos ya no dudan, y es que en esto, como en tantas otras cosas, debe estar pringado hasta el apuntador.

Hemos vivido años de bonanza, egocentrismo y megalomanía, durante los cuales muchos responsables políticos creyeron que, parafraseando a cierta ministra que sembró de chascarrillos el anecdotario de su paso por el Gobierno, el dinero público no era de nadie y, por ende, podían derrocharlo a manos llenas, propiciando de paso el nepotismo. Algo que ha sido, y es, posible gracias a su condición de aforados, a que en España resulta complicado, por no decir pura quimera, que responsabilidades políticas de cualquier nivel se transformen en responsabilidades penales, a no ser que el asunto sea tan grave y evidente que no quede más remedio. De esa forma, estamos hartos de ver que la cosa termina diluyéndose sin más consecuencias que una reprimenda bien escenificada o, en el mejor de los casos, una petición de disculpas más falsas que Judas, por parte de quien corresponda. Pero aquí nadie devuelve nada, que Santa Rita, Rita-; cuando bastaría que lo hicieran para que saliéramos de la crisis ipso facto.

Este primer trimestre del año político nos va a traer muchos disgustos; en realidad, sólo el precalentamiento, la antesala de lo que está por venir. Sin pretender amargarles --aún más-- la vuelta, es obvio que 2013 (si 2012 les ha parecido duro, es que no saben hasta dónde puede llegar la cosa) será recordado como uno de los años más difíciles y tormentosos de nuestra historia reciente. La ciudadanía empieza por fin a ser consciente de ello, y la tensión social se convertirá, me temo, en fiel compañera de las dificultades económicas y los disparates de todo tipo que animan el ruedo patrio; porque, a pesar de lo mucho que ha llovido (metafóricamente hablando), seguimos asistiendo a despropósitos de la más diversa naturaleza que, encima, nos inmunizan día a día frente a este surrealismo tan nuestro. Mientras, la clase política se sigue haciendo la sorda y, a pesar de ser bien consciente de dónde radican los problemas reales de este país --y que ella misma es uno de los más importantes--, simula que no se entera y continúa adelante con las anteojeras bien puestas, partiendo de la premisa de "mientras dure, dure", ajena por conveniencia a que el escepticismo, la desgana y la rabia se imponen en el electorado sin remedio.

Es perentorio un cambio de valores; una reflexión a nivel nacional que nos saque del pozo, no sólo económico, en el que nos hemos ido sumergiendo día a día desde hace años; un ejercicio de responsabilidad por parte de nuestros políticos, para sacrificarse a sí mismos adelgazando al Estado; un revulsivo que nos devuelva las ganas de luchar contra corriente y seguir tirando del carro a pesar de todos los pesares; una catarsis que nos reintegre la dignidad, que dinamite el sistema para empezar de cero, corregir errores y quitarnos de encima esta angustiosa sensación de vivir bajo secuestro. Hemos perdido la fe en nuestras instituciones, y existe un clamor general pidiendo cambios. ¿Por qué, entonces, quienes deberían propiciarlos permanecen cual estatuas de sal? Así las cosas, va a ser harto difícil recuperar la paz y el equilibrio sociales; por no hablar de la credibilidad por parte de quienes las nutren y sostienen. Cuanto más tardemos en reaccionar, más traumática será cualquier decisión que se adopte, mayor el colapso. ¿A qué esperan-?

De Arqueología hablaré más adelante, por si quieren sumarse al duelo; a día de hoy sigue en estado de muerte vegetativa, sepultada bajo toneladas de desidia. Quién sabe, tal vez un día alguien recuerde que constituye uno de nuestros principales activos, y que es posible hacer de ella yacimiento de empleo y buque insignia de nuestro patrimonio; pero para entenderlo en toda su dimensión deberían dejar al menos que nos explicáramos, y eso, en esta ciudad, empieza a ser pura entelequia.

* Profesor de Arqueología de la UCO