Tras el derrumbamiento del muro de Berlín y la consiguiente reunificación de la nación alemana quedó preparado el propicio escenario de la reciclada Europa para que posteriormente, tras la ampliación del territorio de la UE, irrumpiese en el mismo la crisis económica al modo de un elefante en una cacharrería, afectándolo todo; solo había que esperar el hundimiento de la vieja URSS, que se depauperasen los EEUU, y que se incorporara la pujante economía socio comunista de la nueva China, ya preludiada por Hong Kong.

Con todo ello quedaban trastocadas las precedentes escalas de valores de la sociedad como el sistema y el material del capitalismo, convulsionado profundamente con la globalización de sus efectivos y la revisión de sus paradigmas, además de que en semejanza, aunque en otras coordenadas sociales, lo hicieran los entresijos de la socialdemocracia, aquella de Olof Palme y Willy Brant, poco después conducida o liderada por mediocres personajes de segunda fila, no obstante la ideológica persistencia de su filosofía política, a través de los tiempos y a pesar de todo ello. Ejemplos próximos lo corroborarían.

Cierto es que el mundo y Europa están en crisis y que España lo está. Pero aquí la crisis es principalmente de identidad, como si los hechos que la historia encuadra y sitúa en sus etapas no contaran. Una crisis sostenida por las importantes vertientes económica, financiera y laboral, añadida de la emocional y de valores, que en su momento no se supo prever, ni se quiso embridar, y de la que han escapado los avisados tahúres de siempre.

* Licenciado en Derecho