Mayo es el adjetivo de Córdoba.

Amanece. Se abren las palomas. Sierra Morena va definiendo el paisaje. Un ángel descorre el velo de la aurora.

Vencejos y golondrinas, de un patio a otro, a otra plaza, a otra iglesia, no cesan de surcar el cielo.

Los gorriones forman su algarabía. Viven sin fin.

El aire ha recogido el aliento de las fuentes y se ha hecho brisa, pasa en aromas; acaricia. Eleva las torres y envuelve los bronces. Descansa en las esquinas.

A media mañana, el sol ya está en las plazas, convirtiendo en colores las macetas.

Brillan los naranjos. A mediodía, se hará penumbra en las tabernas; le brindará su luz al vino que espera en el barril o en la copa.

Luego, el silencio de la siesta. Hasta el canario calla en su jaula.

Dormita el gato al fresco del portal. Sombra y fulgor. El tiempo se detiene como si no volviera a existir nunca. Se aquietan las palabras.

Pero la tarde va cayendo. Se corona con sus pétalos de melancolía.

Y Córdoba sueña hacia el anochecer. Prepara de nuevo el poema de su esencia y su jazmín.

Descienden las torres sus almenas sin nadie. El Guadalquivir las lleva hacia el mar, donde se convertirán en barcos y horizontes. Se cierran las palomas.

La noche enciende sus estrellas al fondo de las fuentes.

Mayo, un año más, le da su alma a Córdoba. Es una mujer que mira, ama, sueña.

* Escritor