En el artículo anterior, veíamos como los "ocios" jubilares del profesor Josep Fontana Lázaro, uno de los tres o cuatro contemporaneístas más descollantes de la segunda mitad del siglo XX y, desde luego, el más influyente en las nutridas hornadas historiográficas seguidoras del método e interpretación marxista del pasado, se colmaron con la última de sus publicaciones: Por el bien del Imperio: Una historia del mundo desde 1945 (Barcelona, 2012, 1.232 pp.). Salida de las prensas de una editorial de la que ha sido y es orientador principal, el éxito la ha acompañado, con tiradas infrecuentes en tal suerte de trabajos en un mercado tan raquítico como el español. Las tesis y metas de sus bien escritas páginas --como su maestro, D. Jaume Vicens Vives, el autor rindió en todo el largo tiempo de su extensa producción una particular obsecuencia a la buena escritura-- que se desprenden fácilmente de su propio título, ya fueron avanzadas en el primer artículo de la presente serie.

En su diatriba y flagelación de la diplomacia de la Casa Blanca, del ideario e intereses que, más allá de la retórica convencional y el legado de los "padres fundadores", verdaderamente la inspiran, Fontana da rienda suelta a su formidable talento polemista y desembrida por entero su no menor fibra de militante ardido de causas cuya vigencia y actualidad no desaparecieron con las grandes transformaciones a escala mundial de las postrimerías del novecientos. En su defensa y consiguiente ofensiva contra todos sus oponentes y torcedores, el historiador catalán --(cuya vida de clerc en la Universidad y en la Catalunya contemporánea llama al asombro y a la admiración por su absoluta entrega al oficio de Clío: insomnes lecturas, ingente trabajo de archivo, escritura sin pausa)-- saca a relucir una inagotable batería de recursos y conocimientos, de utilización quizá un poco excesiva y un punto tal vez cansina habida cuenta del enemigo a batir, descrito de sólito con atrezzo simple y hasta simplista en algunas ocasiones. Pero, en fin, ante la riqueza del despliegue en argumentos y, sobre todo, en datos, todo se difumina para la incomparable fruición de un aparato erudito de primer orden y de imposible usufructo y visualización, a la fecha, en el enteco y grisáceo panorama humanístico español de nuestros días.

Sin embargo, otro historiador de raza, de envidiable currículo y trayectoria en pro del desarrollo de la bibliografía más acribiosa sobre la contemporaneidad nacional en varias y esenciales de sus facetas --legado dieciochesco y doceañista, sindicalismo, nacionalismos, prosoprografía intelectual y politica, análisis de partidos---, ha logrado resistir la sugestión de las formulaciones y escritura del último --por el momento...-- Fontana, al exponer de su lado juicios y posiciones que en modo alguno cabe echar en saco roto. Para Antonio Elorza --el más señero y libre, sin disputa, de los discípulos del valenciano-xatibense...-- D. José Antonio Maravall, en otro tiempo encandilado por las mismas tesis y métodos que, en la interpretación del ayer, continúa siendo fiel el contemporaneísta catalán, varias de las actitudes y afirmaciones de éste respecto a la andadura de Occidente bajo la égida yanqui se muestran más deudoras de su militancia ideológica y política, que de la realidad de los acontecimientos y procesos históricos que configuraron la textura de la segunda mitad del novecientos. Aparte de su total disentimiento respecto de la visión del imperio stalinista, la mayor confrontación entre ambos especialistas de la contemporaneidad más candente estriba en el análisis de la conducta estadounidense en Mesoamérica. Aquí, el insuperable conocedor de la Cuba castrista que es Elorza, discrepa per diameturm de la versión rosada ofrecida por la pluma de Fontana.

En fin, una controversia entre dos primates del quehacer historiográfico de la España más reciente, en la que uno de ellos, investido de reconocida y justa autoridad en la intelligentzia , sostiene unos puntos de vista que hasta ha poco eran por completo rechazables en otras voces y plumas.

Buena señal, sin duda, cara al futuro de un país crecientemente despiezado.

*Catedrático