La anécdota es ya vieja y, probablemente, más didáctica que real. Dos compañeros estudiantes de una residencia para huérfanos se vieron involucrados en un atasco de circulación durante el atardecer de un domingo, a su entrada en Madrid. Llegaron con más de una hora de retraso. Las normas de aquella residencia eran muy estrictas y ambos fueron expulsados, sin la posibilidad de un alegato. Uno de ellos reaccionó así: buscó enseguida clases particulares, una pensión modesta, y pudo terminar brillantemente su carrera comenzada. El segundo, por el contrario, pasaba los días censurando la maldad de aquel reglamento, desanimado del todo ante la injusticia que había vivido, paralizado por completo en sus actuaciones. Y así fue pasando buena parte de su juventud. Su trayectoria posterior fue mediocre. No acabó ninguna carrera. Consiguió un puesto de trabajo, pero no brilló en él, ni ganó lo suficiente para desenvolverse con dignidad él mismo y su familia. La vieja anécdota, en sus términos, puede que no se dé en nuestra época. Pero estoy seguro de que puede suceder, en muchos casos, algo parecido. Peor fue el accidente que sufrió Frida Kahlo, hija de un judío alemán y de una mejicana. Tenía diecisiete años cuando, con muy mala suerte, cayó de un tranvía en marcha y quedó lesionada para siempre; incluso perdió la posibilidad de engendrar hijos. Aquel suceso la traumatizó profundamente. Pero nunca se desmoralizó. En los largos meses de permanencia en cama aprendió a pintar. Sus cuadros comenzaron a ser bien cotizados en las galerías de arte popular mejicano, llamando la atención por su colorido y su fantasía. La enfermedad y su propio cuerpo roto son temas de muchos de sus lienzos. La película "Frida", estrenada en el 2002, la puso de nuevo de moda. El momento que vivimos, --no por causa de accidentes sino por la crisis dramática que nos envuelve--, puede desencadenar actitudes parecidas a las que narraba la primera historieta. Por eso, aprender a superarnos y a levantarnos de nuestros fracasos es toda una ciencia que no se estudia en ningun instituto, y tal vez nunca forme parte de los programas académicos. Pero la hemos de asimilar cada uno para poder vivir más felices. Al fin, el rencor, los resentimientos y maldecir nuestra mala suerte, dan poco provecho. Es mejor reaccionar viendo el ejemplo de personas maravillosas, acaso conforme a la confesión de Anatole France: "La historia me ha enseñado que solo aparecen los actos heroicos en las derrotas y en los desastres". La vida actual está llena de pequeñas derrotas. No importa. Lo recordaba hermosamente el Principito: "El hombre se descubre cuando se mide con un obstáculo". Todo, menos el lamento ineficaz e inservible que agranda las cunetas del fracaso.

* Periodista