Ciertos políticos parece que solo están hechos para el tiempo de elecciones, el momento de dar caña, decir barbaridades "que luego se olvidan" y soltar improperios contra los adversarios. Pero no es bueno que el político esté siempre en el fragor electoral porque el ciudadano algo reflexivo percibe que ese mundo de los mítines y las plazas de toros es una virtualidad nacida del márketing en la que hasta no está mal visto esgrimir una amistad con próceres bajo sospecha fichados por la justicia. Dentro de esta clase hay dos tipos de políticos: los que han llegado por fin al poder y "gozan" de sus privilegios --como Nieto y Rajoy-- y los que aunque ya hayan disfrutado con la erótica de un ministerio lo que de verdad quieren es ser presidentes de su comunidad: Javier Arenas, por ejemplo, que oposita casi por naturaleza y no tiene reparos en relacionar elecciones con cocaína, en contra de la opinión de sus correligionarios. En Arenas está justificada su querencia por las elecciones porque todavía no se ha sentado en el sillón que desea. Pero en Nieto, menos afilado y más sosegado, que se sienta todos los días en el poder, no se entiende que se haya puesto de inmediato al servicio del partido --lo que se da por supuesto-- para la inminente batalla electoral andaluza. ¿Y si al partido le da por colocarlo de número uno al Parlamento andaluz? Ya no te puedes extrañar de nada si de un día para otro Beatriz Jurado amanece de concejala y senadora y se acuesta desprovista de la púrpura consistorial pero ungida como la Soraya cordobesa o si Jesús Aguirre, de subdelegado in pectore pasa a portavoz senatorial. A lo mejor José Antonio Nieto no se ha dado cuenta de que su mayoría absoluta le permite reflexionar sobre el futuro de su ciudad, de la que ya es alcalde y no opositor.