Los que viven a mi alrededor saben que se ha convertido en un asunto casi obsesivo en los últimos tiempos. ¿Qué es esta cosa que llamamos felicidad, pero para la que a veces no tenemos un contenido ni unívocamente significativo ni mucho menos experiencial? ¿En qué consiste ser feliz? Parto de dos presupuestos bien claros y distintos. Por un lado, no se trata de seguir aquel adagio ya clásico que a modo de consuelo afirma que a fuerza de no vivir como pensamos llegamos a pensar como vivimos, no se trata tampoco, y en relación con esto, de seguir procesos deductivos, inductivos ni siquiera hipotéticos deductivos, aunque si tuviera que decantarme lo haría por estos últimos que son los únicos que dejan esa puerta que llamamos puerta falsa para que cualquier cosa que podamos decir en la historia pueda ser al menos discutible y si se considera oportuno sustituible. Se trata simplemente de un proceso de perspectivismo y de adaptabilidad circunstancial. Por más que uno posea un pensamiento único y consolidado sobre algunas cuestiones de nuestra existencia (algunos lo tienen incluso sobre otros modos de existencia), la vida no deja cada día de asombrarte a la manera en que Rosalía lo expresaba en aquel verso: sombra que siempre me asombras. Y no te queda otra salida que adaptarte. Por eso quizás el ser humano sigue sobreviviendo, o te adaptas o desapareces, o si queréis que os lo exprese en un concepto muy actual: llegados a un momento límite aparece en el ser humano una fuerza que llamamos de resiliencia que consiste en esa capacidad hermosa y misteriosa que poseemos de forma individual y colectiva que nos permite recuperarnos ante cualquier adversidad (que no sea la de morir) para seguir caminando en esta vida. Por otro lado, mi discurso nace desde el pensamiento occidental y sirve, en principio, única y exclusivamente para el mundo occidental. He nacido aquí y si la sombra del ciprés no se alarga en exceso aquí moriré. Si vas a decir que tengo unas miras muy estrechas te diré que algunas veces es necesario arreglar los problemas de casa antes que los de afuera de casa. Creo que el mundo occidental tiene que solucionar algunos problemas que se le han colado "hasta la cocina".

Contaré la experiencia que ha dado lugar a esto que comparto con vosotros a través de la escritura. En esta experiencia yo he sido un mero observador, eso sí, un observador atento. La escena la había visto muchas veces, pero nunca me había detenido a mirarla y mucho menos a contemplarla. Digo que la había visto muchas veces pero sin levantarme del sofá de la sociedad del bienestar. Si uno sale del lugar al que considero la nueva "catedral" de nuestra ciudad, el Go-Fit (ya he afirmado muchas veces que nuestro mundo occidental ha seguido un proceso que va desde las iglesias y catedrales como centro y punto de referencia del culto al alma, pasando después por los centros comerciales, una especie de híbridos, pero dime si no es la cúpula del Carrefour La Sierra nuestro particular Vaticano, hasta la llegada de los grandes centros del culto al cuerpo) puedes llegar hasta tu casa, si está cerca como la mía, tumbado cómodamente en tu sofá o caminando algo más lento para mirar ciertos aspectos de la realidad que tumbado plácidamente es muy probable que veas pero que no puedas mirar. Y es que entre las nueve y media y diez de cada noche, algunas empleadas o empleados del supermercado Eroski que está en la calle Alonso El Sabio se dirigen con un par de carritos a depositar en los contenedores unas bolsas. Hace tiempo, a estas bolsas las hubiéramos llamado sencillamente "basura". Hoy las llamamos "comida". Allí esperan cada día un grupo de personas que reciben buena parte de estas bolsas. Es otro supermercado, bien distinto al de la sociedad del bienestar en el que a cambio de los productos que compras entregas dinero. Me detuve a mirar el día en que allí estaba esperando una familia con hijos pequeños. Ese día entendí que aquel supermercado tan particular funcionaba de una forma bastante similar al habitual y que, incluso, puede ser susceptible de proporcionar felicidad a los clientes que lo visitan a diario. Me sorprendieron dos acontecimientos, dos momentos: uno, la forma que tienen de recibir el alimento; y dos, los niños pequeños de esa familia correteando alrededor igual que hacen los míos cuando voy con ellos al supermercado del bienestar. Aquí lo voy a dejar, para que también puedas pensar.

* Profesor