Hasta Rajoy se ha visto damnificado por la prima de riesgo. Yo creo que en el programa de gobierno del próximo presidente español --que será él, se supone-- debería figurar un vademécum con las normas a seguir en casos de riesgo, como el que estamos viviendo, que la cosa está fatal según los expertos, aunque a los menos ilustrados en la materia la situación nos suene a tragicómica y de tal guisa nos la tomemos. Porque nos dicen que si la prima supera los 500 esto puede estallar y Europa se va a convertir en un espacio de privilegiados y súbditos, donde los primeros marcarán el ritmo y partirán el bacalao todavía más y los segundos deberemos arrodillarnos a recoger las migajas y besar las manos de quienes nos permiten sobrevivir. A lo mejor la situación no es tan grave y nos están exagerando el miedo. Pero ¿y si lo es? ¿Podremos seguir viendo las evoluciones de Javi Hervás, del Polígono Guadalquivir, en El Arcángel? ¿Podremos ver los sábados o domingos por la tele los zigzagueos de Messi en el área contraria? ¿Será conveniente tomar una cerveza en el bar de enfrente para hacer gasto o el mundo se nos va a hundir a la vuelta a casa? ¿Será aconsejable salir a contemplar un atardecer color oro sobre las paredes de la Mezquita o ello supondría un riesgo inútil sabiendo cómo está el humor de la prima, que en cualquier momento te la puede armar? Puede resultar una frivolidad escribir así de una coyuntura tan grave y excepcional, pero es el fruto de la sensación de desamparo, desorientación e incredulidad al comprobar por primera vez en la vida que tu papeleta de votar en las urnas de la democracia vale menos --en tiempos, se supone, civilizados-- que los designios, necesidades, caprichos o imposiciones de los mercados. Una alteración de la lógica.