Esperemos que no llegue el día en que la integración nos arrebate los cines de verano, con techos para el invierno y cierres para el desarrollo de actos ciudadanos todo el año. Hay espacios que nacen con una cierta impronta salvaje y única, que constituye su mayor atractivo. Los cines de verano son un ejemplo en esta Córdoba donde el afán de urbanizarlo todo acaba creando engendros extemporáneos, como el exterior de los Baños Califales, donde el verdor de árboles, o el tópico rumor de fuentes moras, brillan por su ausencia: el sueño onanista de arquitectos de granito arrasador que arrebatan a la historia su memoria de umbrías. Los cines de verano son de esos espacios ajenos, por fortuna, al trueque capitalista gracias a la movilización popular. Por ahora nos ofrecen, casi intacto, ese sueño de generaciones en las noches de calor. El circuito del Parque Cruz Conde es otro de esos espacios de Córdoba que atrae porque mantiene, como los cines de verano, su aureola de zona "salvaje". Huele a vecindario, a Día del Vecino, a velada de barrio, a polvareda de zapatillas de atleta, a sudor, a ilusiones de torero en ciernes, a trasiego de muchachos de instituto, a paseantes de perros, a tesón por rebajar azúcar, colesterol y kilos de más, a novillos de estudiantes con su primer amor envueltos en arrullo de tórtola húngara y a conversación de jubilados. El circuito del Cruz Conde tiene esa cierta alma salvaje, como los cines de verano, que lo distingue del resto de parques de Córdoba. Y está muy bien la preocupación del Ayuntamiento y vecinos de esa zona por que no se deteriore. Pero hay un punto en que no se puede entrar: en el que urbanicen su punto salvaje. Sería como vender su alma al diablo. Dorian Gray fue muy guapo por mucho tiempo. Pero tuvo final trágico.