Llegó la hora de tu adiós pero no de tu despedida. Porque tú, querido Miguel Salcedo, seguirás siempre con nosotros, ya que perteneces al alma de esta ciudad, a la que anunciaste en tus pregones, cantaste en tus poesías, admiraste en tus obras, recreaste en tus crónicas tan sabrosas, tan elocuentes, tan pulidas para la historia de esa Córdoba que llevabas dentro, que contemplabas desde cualquier atalaya por pequeña que fuera, que esperabas como se espera a un amor joven y tierno en todos los caminos. Córdoba se reunió ayer en manifestación multitudinaria de su cariño hacia tí, a la par que estrechaba los lazos de unión contigo, con todas tus obras, que fueron abarcando tantos campos como afanes: la prosa, la poesía, la historia, el arte, la gastronomía, la convivencia humana, en la que tú brillabas especialmente porque charlar contigo era un placer tan grande como el que se siente en la contemplación de un atardecer o de un amanecer. Muchos de tus amigos descubrieron, descubrimos en ti una especial filosofía, "la filosofía del bien y de la bondad", el respeto por encima de todo, el diálogo enriquecedor, la convivencia pacífica, el sano humor, el humanismo reluciente. Supiste engrandecer a Córdoba con tu palabra y con tu pluma, pero también con tu buen hacer y decir, sembrando de saber popular nuestras calles, nuestras plazas, nuestros patios. Y admiraste siempre esta ciudad, hasta el punto de afirmar en tu libro sobre la Mezquita-catedral que "nuestra ciudad está enjoyada perpetuamente con esta maravilla que no puede asumir ningun puesto ordinal porque es única en el mundo". Gracias porque tu caminar ha hecho una Córdoba mejor, dejando pasión por sus monumentos, ilusión por sus proyectos, aliento por una ciudad que brilla con luz propia en el horizonte de la humanidad. Gracias, en esta hora de adiós, que no de ausencia.

* Periodista