Córdoba empieza a remover su historia en el sitio justo: donde los dioses se han concentrado siempre, junto a las orillas del Guadalquivir, que estos días ha bajado enbravecido desde Cazorla hasta el mar. Y ha ido a presentarla a Madrid, cruce de caminos, desde donde los proyectos se agigantan porque allí adquieren la luminosidad impactante de la globalidad, concentrada en Fitur. Como en sus calles se concentran los lamentos por el terrorismo, los profetas de la familia tradicional, los sindicalistas contra los EREs crueles o donde cobra significado global el pulso de Obama a los banqueros norteamericanos, que despiertan tanta "simpatía" allí como sus colegas del resto del mundo. En Madrid Haití es la desesperanza de la Humanidad por sus deberes mal hechos, aunque este país, que tiene que tener futuro, también está en Fitur porque en la vida hay que renacer de las cenizas cuantas veces lo señale el destino. Por eso, allí mismo, al lado del pabellón de Haití, donde la solidaridad es la mejor renta posible para un mundo a veces torcido, Córdoba ha acordado que la vida debe seguir a pesar de sus cortocircuitos, como los de los davastadores terremotos que se ensañan con la pobreza. Y ha ido a mostrar la esperanza de un paraíso, el que los dioses eligieron como estancia perpetua a orillas del Guadalquivir. Pero en esta ocasión con luces. La Mezquita, su monumento por antonomasia, un asentamiento del cielo en la tierra, un espacio donde se guardan los rezos de la Humanidad en armonía con sus dioses y creencias, ha dado el paso definitivo al siglo XXI. A partir de abril, la historia va a mostrar perfiles hasta ahora ocultos por las sombras, sin las prisas del día. En la noche de la Mezquita la belleza expiará todas las culpas de la Humanidad.