Los tres cooperantes españoles que fueron secuestrados el 20 de noviembre en Mauritania por terroristas islamistas han pasado las fiestas más entrañables del año retenidos y sus familias, angustiadas por tan lacerantes ausencias. Una circunstancia a la que aludió el Rey en su tradicional mensaje navideño, en el que con razón se refirió a lo intolerable que resulta, a los ojos de toda ideología, que personas que dedican tiempo y energías a ayudar a los más desfavorecidos --en este caso, de la castigada Africa-- sean víctimas de la intolerancia de fanáticos cuyo sentido de la justicia dista mucho del sentido común.

A diferencia de lo sucedido con el secuestro del pesquero Alakrana por piratas somalíes, en el que la abundancia de información sobre la evolución de las negociaciones para resolver el caso fue contraproducente, en el rapto de los cooperantes se ha optado por la prudencia y la discreción. Es una opción pragmática e inteligente. Los familiares y los compañeros de las víctimas han comprendido que los vericuetos para su liberación no son simples, y que nada se gana atosigando al Gobierno con la reclamación pública de acciones que conduzcan a una rápida resolución del caso. En este tipo de secuestros, las gestiones, a múltiples bandas, no suelen dar frutos inmediatos y requieren una urdimbre de complicidades en las que se sobrepasan los límites de la política y las relaciones internacionales convencionales.