Está claro que el tiempo está loco, y que la economía también. Un verano que se ha retardado ha hecho que la temporada de invierno aún no haya comenzado. En pleno noviembre y todavía con un calor agobiante. Sin duda, eso ha hecho que los comercios no hayan podido iniciar su amada temporada de invierno y se aboquen directamente a las rebajas. Pero lo de la crisis va para largo y solo hay que darse un paseo por el Corte inglés. ¿Cuándo ha podido un ser humano pasear tranquilamente por un Corte Inglés prácticamente vacío, con miles de dependientes mano sobre mano, acechantes del cliente desprevenido, con toda la ropa de invierno con reducciones del 30% y el 40% y aún sin estrenar? ¿Qué pasará ahora que la gente está esperando las rebajas anticipadas, que serán, sin duda, antes de Navidad, y ni que decir tiene antes de Reyes?

Las arcas del Estado se están vaciando, pero los bolsillos de toda una clase humilde y media, también. Las iglesias, comedores de caridad, puertas de conventos se están llenando de nuevos pobres que buscan algo que llevarse a la boca, o un sitio donde pasar un rato, conversar o darse una ducha. La mayoría de ellos, gente joven heridos por la crisis en sus virginales carnes.

No será una Navidad normal esta Navidad. Los pobres ahorran para enfrentarse a nuevas dificultades y los ricos quizá lo hagan esperando el momento para incrementar aún más su enorme beneficio. Los remedios tradicionales eran claros: para los ricos, despertar la conciencia de la dimensión social del capital, el deber de invertir, de generar riqueza y lugares de trabajo. Para los más humildes, el deber de la caridad, de la ayuda mutua, del préstamo sin crédito ni interés, del plato caliente y de la mano que ayuda sin ser vista. No existen más soluciones, ni más remedios.

Mientras tanto, uno puede vivir esa experiencia alucinante, en medio de una sociedad de consumo y despilfarro. Asistir al espectáculo increíble de pasear solo por el Corte Inglés, el nuevo templo del hombre moderno, como por una iglesia vacía, hace tiempo abandonada de sus fieles y sacerdotes, y encontrarse con el silencio absoluto, ese silencio que despierta en nosotros una mezcla de reverencia y temor similar a lo incomprensible. ¿Sería posible imaginar un mundo en el que nuestros descendientes pasearán por las ruinas de nuestros grandes centros comerciales como hacemos ahora nosotros entre las ruinas de iglesias románicas y castillos? Sin duda, una gran lección para el hombre de hoy.

* Profesor