La globalización siempre ha ido pareja a la historia de la Humanidad. La forja de los imperios ha sido una constante en el devenir de los pueblos. La primera gran globalización arranca, quizás, con la colonización del continente americano y el "imperio en el que no se pone el Sol", con sus Compañías de Indias y el trasiego de barcos cargados de metales preciosos y materias primas. Después de siglos de dominación territorial, ya no era necesaria la ocupación y dominación militar de los territorios, y son las multinacionales las que desplazaron a los Estados y desarrollan el segundo gran proceso de globalización, con presupuestos más elevados que muchos de aquellos, dominando sus mercados y diezmando sus recursos.

La globalización 3.0 llegó de la mano del avance de las comunicaciones, las nuevas tecnologías y la sociedad del conocimiento, como nunca antes había acontecido en la historia del hombre. La información on line traspasó las barreras de las países y las fronteras, incluso de las clases sociales, y llegó a todos los rincones del mundo desarrollado. Pero la globalización a la que me refiero va un paso más allá, la llamada globalización 4.0 es la de las personas, la de los ciudadanos. Hoy, las redes sociales telemáticas nos permiten conocer y entablar relaciones con personas de todo el mundo desde el sofá de nuestra casa. Los ciudadanos alcanzan alianzas y se intercambian productos de todo tipo creando sus propios mercados, se ofrecen información y ayuda mutua, incluso se está extendiendo el trueque temporal de viviendas vacacionales. La gente viaja más que nunca, mientras se generalizan los programas universitarios en el extranjero, el aprendizaje de otros idiomas o la contratación laboral dada la mayor movilidad de la población. Tenemos conocidos ejemplos de científicos y profesionales españoles y cordobeses repartidos por el mundo ocupando altas responsabilidades. Para los talentos más formados, se multiplican las oportunidades ahora más que nunca fuera de nuestras fronteras. Como indica Thomas Friedman en su libro La tierra es plana , la geografía resulta cada vez más irrelevante, y las buenas ideas se abren paso a golpe de innovación y una buena cualificación profesional, como bases indelebles del futuro.

Ya no son los estados, ni las empresas multinacionales ni la sociedad del conocimiento, son los individuos los que asumen una globalización de ilimitadas posibilidades. Todos los que, claro está, no se encuentren en uno de esos rincones inhóspitos del mundo, donde no hay redes porque no hay electricidad o agua potable. Para ellos, la aldea global sigue llena de agujeros negros.

* Abogado