Echar balones fuera es una labor que se nos da bien. Precisamos de una hoguera donde purificar nuestros desvaríos. Todo salvo ir a la raíz de la cuestión y enfrentarnos con nuestros propios demonios. De ahí que la mayoría de los ciudadanos exijamos endurecer la ley penal del menor ante los hechos acontecidos en Baena, Isla Cristina y Fuente Tójar, sabiendo ya por adelantado que la condena no es la salida al problema ni la vía para la reinserción. El castigo por sí mismo no aportará más seguridad a futuras víctimas, como tampoco reorientará la actitud de los próximos verdugos. No queremos examinarnos dentro del papel de padres del agresor, para intentar comprender dónde fracasamos. Máximo cuando la cuestión no es un asunto de clase social ni obedece a ninguna desviación cerebral. ¿Cuáles son entonces las causas que llevan a unos chavales de 13 años a actuar como una jauría de animales salvajes para abusar sexualmente de una chica de su misma edad? ¿Hay una falta de valores sobre los que fundamentar los principios de los más jóvenes? ¿Seguimos frecuentando los mismos esquemas machistas? ¿Vivimos en una sociedad hedonista que les ha permitido obtener todo lo que deseaban de un modo urgente y sin encontrar obstáculo alguno? ¿Conocen el autocontrol y la palabra no?... Son muchos los interrogantes que nos apuntan con el dedo, por lo que conviene hilar con buen tino y dejar a un lado veleidades de mal gusto como el linchamiento en la plaza pública. Al final todos los caminos van a parar al terreno de la educación y la prevención, los mejores antídotos contra el mal.

* Guionista de TV