Ahora que las voces y los ecos por la ausencia de Carlos Castilla del Pino han ido desapareciendo de la escena mediática es el momento de recordar con gratitud al Castilla, miembro de la Cofradía de la Viña y el Vino de Montilla de la que formaba parte desde septiembre del 94. Fue en esa fecha cuando pronunció en la Casa del Inca la III Exaltación del Vino. A partir de ese día, Carlos Castilla, animado por la amistad de José Antonio Cerezo, continuó asistiendo a algunos de los actos de la Cofradía de la Viña y el Vino. Más de una vez, intervino poniendo la nota precisa en estos encuentros en los que la ironía corre paralela al gesto sublime de ritos, discursos y compromisos. Su participación no se limitaba a asistir al simple protocolo. Juraría que le encantaba sumarse a los actos, disfrutar del ambiente de los momentos previos cuando los cofrades se retiran a un lugar apartado para revestirse y tomar un ligero trago de amontillado con el que romper el obligado ayuno vinícola de las primeras horas del día. Y desfilar junto al Gran Capítulo por entre los cachones y soleras de las bodegas o entre los brocales de las tinajas de la Sierra ataviado con la indumentaria cofradiera, que él portaba con naturalidad.

La presencia de este amigo llenaba de satisfacción y de orgullo a todos y cada uno de los miembros de la cofradía que decidieron unánimemente admitirle en sus filas como Exaltador del Vino y Señor del Pago de Piedra Luenga.

Carlos Castilla también nos ha dejado a nosotros. Y, tal vez, ahora sea el momento preciso para recordar sus palabras de aquella tarde de septiembre de hace 15 años, con olor a fiesta y a mosto: "Sigan ustedes haciendo de caballeros, regidores, comendadores, nombrando embajadores y señores de lugares con preciosos nombres de viñedos. No vaya a ser que si dejan de hacerlo, les ocurra alguna desgracia".

* Maestro