Cuando el presidente Obama anunció, hace unos meses, una utilización enérgica del presupuesto público --y su déficit correspondiente-- para poner en marcha programas de estímulo económico para actividades poco atendidas como las infraestructuras, la educación o la sanidad, la reacción inmediata fue la caída de las cotizaciones bursátiles. Los integristas del capitalismo vieron en aquellos planes indicios de socialismo. Cuando el secretario del Tesoro norteamericano, Timothy Geithner , concretó el lunes cómo se iban a repartir las ayudas a la banca, por un valor mínimo de otros 500.000 millones de dólares, en un singular programa de colaboración público-privada, los especuladores hicieron subir la bolsa. Es otra contradicción del modelo capitalista, como la vivida la semana pasada, cuando se supo que los directivos incompetentes de AIG, intervenida por el Gobierno americano con cientos de miles de millones de dólares, cobraron incentivos, porque así lo decía su contrato.

Por eso, Geithner y el presidente de la reserva federal, Ben Bernanke , tuvieron que escuchar ayer como exigencia inmediata de los congresistas norteamericanos cómo acabar con esos sueldos irracionales de directivos bancarios que incluso los cobran cuando fracasan. Es lo menos que podían esperar ante el escándalo de lo ocurrido en AIG, la mayor compañía aseguradora del mundo, que va a suponer un punto y aparte en el modelo de retribución de los directivos de grandes compañías de servicios.

AIG fue intervenida a finales del mandato de Bush , para lo que se aportaron 182.500 millones de dólares del erario público. Entonces nadie advirtió, o quien lo sabía calló --lo que incluye a Geithner, por entonces gobernador del Banco de Nueva York--, de que los directivos de AIG tenían cláusulas de contrato blindadas y que les garantizaba el cobro de premios por cumplimiento de objetivos (bonus) por valor de 165 millones de dólares. Por su parte, para apaciguar el escándalo de que con dinero público se paguen recompensas indebidas a directivos que han fracasado estrepitosamente, el Congreso de EEUU impulsa una ley que va a gravar en un 90% a quienes los hayan cobrado.

EL NUEVO TEST

Obama ya es el presidente al que más se le ha exigido en menos tiempo, prueba de que los poderosos intereses financieros asentados en los aledaños del poder político desde hace décadas siguen incólumes. Ahora, el nuevo test es el plan de Geithner, cuyo principal objetivo es comprar a la banca sus peores inversiones inmobiliarias para que disponga de dinero fresco para prestarlo a empresas y familias solventes. A esos bancos se les dice que hicieron muy mal y mucho daño prestando a quien no debían, pero que ahora la solución no pasa por su cerrojazo indiscriminado al crédito.