La opinión ajena, la tradición, el prejuicio, son las bases sobre las que se construye el "no se puede". El inventor, el científico, el artista, el empresario, debe superar esa barrera que él mismo se impone cuando, en base a la "verdad" reinante, los demás le dicen que así no, que siga la línea y espere turno y se adapte al protocolo. Como si el rigor y la efectividad tuviesen algo que ver con la obediencia a la moda, a esa ortodoxia de lo último, de lo nuevo, que nos exige contar con un equipo y unas ideas de última generación; con un presupuesto y un apellido a la altura.

Entonces surge la incertidumbre, eso que algunos llaman "lucidez" y que les mantiene agazapados en el territorio de las posibilidades "lógicas". ¿Cómo salirse? ¿Cómo llegar sin la confianza de la mayoría? ¿Cómo saltarse el método homologado, la norma del aguafiestas que se presenta otra vez con su "no se puede" para quitarnos las ganas desde su ventanilla, con la "mejor intención"? Las crisis germinan en el lodo estancado del conformismo, de ese supuesto conservadurismo que todo lo esquilma, del falso principio, de la ortodoxia que nunca existió (porque todo fue siempre un caos en donde todos íbamos a lo nuestro, manteniendo la nave a flote porque en el fondo no somos tan malos y demasiado poco nos ocurre teniendo en cuenta la que se podría organizar con tantos millones como estamos, amigos). "Lo peor está por llegar", nos anuncian ahora. Y algún día moriremos, también es cierto.

El caso es que hay gente que viene en patera y lo consigue, y montones de rumanos que arrastran chatarra y ahí están, vivos, porque en su día no escucharon al listo, al de siempre: "no te vayas, no te muevas, no se puede".

* Poeta