Bajar los tipos de interés para ayudar a la reactivación económica es una receta tan reiterada en todos los manuales de economía que se ha convertido en una medida que los académicos califican siempre de ortodoxa. Es el camino que ha tomado el Banco Central Europeo (BCE), que ayer rebajó medio punto su tipo de interés de referencia, hasta el 2%. Y no solo eso: renunció a la eficacia que supone no manifestarse sobre decisiones de futuro y dio a entender que esa política se iba a mantener unas cuantas semanas. No obstante, y a la vista de cómo han actuado los bancos que controlan las otra dos grandes divisas --dólar y yen--, la del BCE aún parece una medida tímida.

La decisión tomada en Fráncfort supone tanto un alivio como un aviso. Si hay abaratamiento del precio del dinero en la cabecera del río financiero, hay que esperar que esa abundancia, aunque no será de inmediato, llegue hasta los afluentes: la red de sucursales de bancos y cajas. Y que estas lo trasladen a sus clientes es, hoy por hoy, lo más urgente, si no se quiere contribuir al aumento de las listas de parados. Sigue sin verse la fluidez del crédito, pese a las buenas intenciones de los gobiernos y las buenas maneras de los banqueros cuando acuden a la cita con los políticos que les piden que abran el grifo del crédito.

El BCE ha bajado el precio del dinero que presta a la banca porque está más que alejado el riesgo de inflación. Lo corrobora, también, el IPC español del 2008, que se ha quedado en el 1,4%.