La presente viene a propósito de la actuación del maestro Juan Serrano, Finito de Córdoba , el pasado domingo 12 de octubre en la plaza de Montoro. Ese día El Fino cerraba su temporada, y lo hacía en una plaza cordobesa, una tierra en la que siempre se le ha medido mucho por lo general y en la que este año en particular se le ha tratado con especial dureza e injusticia.
No les voy a relatar la crónica de lo ocurrido, pues para eso ya tienen la de Rafael de la Haba en este mismo periódico, ni tampoco hablaré de orejas, ni de ovaciones. Lo del pasado domingo 12, para mí, va más allá de lo visto, pues penetra en el fondo del sentido. Es eso, el sentimiento, lo único que puedo expresar, porque es imposible describir el toreo tan puro, tan bello y tan eterno que El Fino nos regaló en el coso montoreño. Porque unas simples palabras quedarían a años luz de tan solo uno de los muletazos que el maestro dibujó, porque es cada uno de ellos lo que sigo ahora paladeando embargado aún del aroma que han dejado en mi memoria. Porque no se puede torear mejor, no, y es más, dudo mucho que alguna vez alguien pueda hacerlo igual, y no solo me refiero a lo de esa tarde. Porque el pellizcar el corazón, el poner el vello de punta, el traspasar la frontera de la piel y acabar llenando el alma, el convertir en mágico un instante que pasa de ser efímero a quedarse para siempre en el recuerdo, tan solo está al alcance de unos pocos, y yo me siento inmensamente afortunado por saborear esos momentos cuando brota el toreo inmenso de un torero tan grande que supera cualquier adjetivo que yo hoy le quisiera adjudicar.
No es solo lo que pienso, es mucho más allá. Es lo que siento, lo que me mueve a la emoción. Por eso, justo por eso, yo soy finitista, porque ese sentimiento sigue surgiendo y sigue viviendo, porque un simple detalle lo vuelve a hacer brotar, y porque faenas tan rotundas como la que viví hace unos días en Montoro me alimentan y me empujan a que siga queriendo soñar.
Juan Jesús Espinosa Prieto
(elfinocalifa.blogspot.com)
Córdoba
