En estos tiempos de abandonos de ideologías y coherencias por el más cómodo mundo de las ficciones deslumbrantes, causa estupor que haya personajes como José Tomás . Hombre atípico donde los haya. Es un adelantado a su tiempo, porque todo lo que él hace, seguramente, llegará con el paso de los años.

No es normal que un matador de toros se salga del cliché preestablecido del torero de toda la vida. La mayoría de los lidiadores de reses bravas son desde la cuna como obligadamente creyentes. Creyentes hasta el paroxismo supersticioso. Casi todos son enfervorizados besadores de estampitas y devotos de escapularios sobre el pecho prieto, bajo el corbatín de seda. Es verdad que se juegan la vida todas las tardes y puede parecer lógico que ante algo o alguien tengan que encomendarse para evitar verse empitonados por un Victorino, Mihura o Albaserrada . Pero José Tomás se encomienda, sobre todo, a su destreza, a su desprecio a la muerte y al imprevisible pero inevitable destino que todos tenemos marcado.

Su fe republicana contrasta, de nuevo, con la del coletudo y congraciador brindador de toros a los monarcas de turno... y familiares.

La prensa, sobre todo la rosa, por otra parte, le importa un bledo. Y las endiosadas cortes de taurinos, también. Solo le importa su arte. No busca, pero la encuentra, esa elegancia torera que solo atesoran quienes no se miran todos los días en el espejo narcisista de la autocomplacencia.

Es coherente con la idea que él tiene del toreo y de la vida. Capaz, con apenas veintisiete años, de retirarse durante cinco años por no pasar por el aro de los jerarcas instalados en esta fiesta que se resiste a evolucionar. Otros, como Esplá o Joselito , e incluso Antoñete , en cierta medida, lo intentaron antes, pero fracasaron porque les faltaba la convicción que le sobra al torero de Galapagar. Intuían que algo tenía que comenzar a cambiar en la fiesta pero no alcanzaron a encontrar el qué.

Se dice de él, se comenta, con el ánimo de herir, de su presunta sexualidad no definida, como si eso fuera un insulto. Como si los terrenos que pisa más propios del toro no se los ganara al astado poniendo por delante su hombría. Pero una hombría sin tener que recurrir a los testículos. Porque ser valiente no es cuestión de sexo, sino de seso... y corazón.

El sabe bien que, las dos horas que está en el ruedo, en lo único que cambia su vida es en que enfrente tiene un toro y detrás miles de personas. Pero se resiste a que eso le cambie su filosofía de la vida. Es el mismo en el albero que cuando pasea por un parque, cuando se anima, sobre todo, a escuchar en una tertulia o juega su partido semanal de fútbol con sus amigos en un barrio obrero de Estepona.

José Tomás, al contrario que los cínicos, sabe el valor que se necesita para ponerse delante de un toro, pero no le importa el precio. Como seguro que habrá llegado a la conclusión de que hace falta más valor para sufrir que para morir. La muerte es un instante en la vida. El sufrimiento puede serlo toda ella.

Sus enemigos no le perdonan que haya roto muchos moldes obsoletos de la tauromaquia. Que se haya enfrentado al monopolio de los que han dictado siempre cómo debe ser el mundo del toro y sobre todo, del torero. Vano intento, porque José Tomás en esto ni se inmuta. Le basta hacer lo que cree que debe hacer y esperar que los rancios mantenedores del tinglado caigan como lo hacen las peras en agosto.

Todos, en todas las profesiones, deberían ser igual de íntegros como José Tomas. Los políticos, que quizá sean los más visibles, tendrían que pisar el ruedo de los asuntos que les son propios, con la misma naturalidad que comen, ríen o duermen.

Tendrían que atreverse a tener la valentía de pisar los terrenos comprometidos de la coherencia y la verdad. Hacer lo que piensan que es mejor para los demás y no lo que les pueda reportar un inmediato rédito electoral. Deberían pensar que, en esto de la política, la gente también paga entrada y quiere ver faenas cumbres donde actúen por derecho. Sabiendo llevar los asuntos públicos con seguridad y hasta con un cierto reposo, que no con lentitud incompetente. Quizá hacer menos pero mejor. Dejar las vanas promesas por las fértiles realidades. Como el toreo al natural de José Tomás, con templanza, parsimonioso y valiente. Con la garantía de que las cosas buenas, aunque sean menos, se hacen con el suficiente esmero para que puedan ser útiles por mucho tiempo. José Tomás no torea más de veinte corridas al año. No da un pase más del necesario ni uno menos del conveniente para el toreo, pero da todo lo que tiene dentro.

Los políticos deberían aprender de él y no dar ni una salida a destiempo, ni ampararse en la barrera del despacho oficial en la política. Arrimarse hasta que la muerte no sea su enemiga, sino su aliada, en los toreros. Comprometerse con su pueblo hasta que se fundan en un solo compromiso de fidelidad compartida en los políticos. Esos políticos que deberían pensar que si no se puede contentar a todos (cosa harto difícil) al menos que vea todo el mundo la verdad reflejada en las pupilas de sus ojos. Seguro que así, vendrán, inevitablemente, tardes de fracasos y noches de insomnio, pero al final la puerta grande la tendrán asegurada.

* Ex concejal de IU