Ha sido cruel esa imagen del telediario de agricultores tirando la fruta porque se les estaba pudriendo y de ganaderos vaciando cubas de leche por las alcantarillas porque no tenían más tanques donde conservarlas. A nosotros, los de una generación ya madurita, que hemos pasado de la edad de piedra a la de la dependencia del móvil, nos enseñaron de chicos que la sal y el pan no se tiraban --había hasta que besarlo cuando se cogía del suelo-- y que había que aprovechar todos los alimentos. Se me vino a la cabeza --como, supongo, a todo el mundo-- la imagen de esos niños desnutridos que salen casi a diario en las noticias. Otra imagen que nunca había sufrido, a no ser en aquel Moscú que empezaba a coquetear con la perestroika, es la de los estantes vacíos en un mercadona : ni leche, ni yogures, ni cervezas, ni lechugas, ni frutas, ni tomates, ni pan... Sentí que el capitalismo puede tener los pies de barro y que su excesiva abundancia nos puede ahogar en la desolación cuando ésta merma, como es el caso. Sin embargo, calle arriba, en los puestos de frutas y verduras de toda la vida, los huertos de la infancia, esos a los que ahora nos aconseja volver la FAO como uno de los remedios contra el hambre, los estantes lucían tan floridos como siempre, sin un hueco para el síndrome del desabastecimiento. Si los recomienda la FAO por algo será. Y en todo este asunto de la huelga de transportes y de la falta de productos, los chinos, a lo suyo. O sea, tener de todo a precios razonables. Con las cosas de comer no se juega y no hay que bromear con la escasez, pero no estaría de más aprovechar la estrechez de estos días no para hacer acopios innecesarios sino para cocinar esos alimentos que duermen, sine die , el sueño del congelador casero. Sería otra imagen de la huelga.