Ayer terminó la Vuelta Ciclista a Andalucía en la Avenida de la Victoria; hoy, de madrugada, ha comenzado la campaña electoral; cuando termine vendrá la Semana Santa y la primavera. Abril se entretendrá en despuntar flores y, ojalá, en llover agua con guiños de sol. Y luego, mayo, las cruces, los patios y la Feria, que ya se está pujando por el suelo de las disco-casetas. Un suspiro. Siempre fue así de rápido, menos en la niñez, que había escuela. Y siempre los mismos ciclos. Nacimiento, muerte y resurrección de Cristo ; navidad, carnaval, cuaresma, cruces, patios y Feria; aprendizaje, exámenes, aprobados, suspensos y vacaciones. Y vuelta a empezar cada año con una arruga más o con ausencias dolorosas. Pero no había campañas electorales, esa especie de bendito mercado donde cada opción política ofrece su pensamiento, que luego llevará a la acción. Hubo, eso sí, en tiempos de la dictadura, simulacros de campañas electorales para elegir al representante del tercio familiar o a los procuradores en Cortes, que eran algo así como los palmeros del régimen, sentados en los dignos estrados del parlamentarismo. Tengo un fugaz recuerdo de avionetas que hacían volar propaganda desde el cielo pidiendo que se votase a Rafael Cabello de Alba , que era de Montilla y llegó a ser ministro. Pero aquello no era de verdad. Ahora estamos en la enésima campaña electoral de la democracia, quizá la más larga hasta ahora: cuatro años seguidos. Su duración ha hecho mella en los ciudadanos, que nos sentimos cansados y casi defraudados. Pese a todo, me gustan los ciclos de la vida en los que, además de fiestas, cambios de estación y vueltas ciclistas, se da la oportunidad al ciudadano de opinar. Todo menos aquel silencio de la dictadura de Franco .