El movimiento cofrade hoy y ahora debe centrarse en su propia esperanza. Como cualquier empresa humana que se perpetúa en el tiempo, debe tender puentes y acercar orillas entre lo permanente y lo cambiante. Lo permanente será siempre lo esencial. Lo cambiante vendrá sugerido por las corrientes de opinión, las tendencias o las modas.

Aunque en principio parezca fácil diferenciar lo esencial de lo mutable, no lo será tanto cuando hemos visto caer organizaciones y culturas, por no identificarse con su esencia y dejarse arrastrar por ideologías que cavaron su tumba.

No es el caso de las hermandades y cofradías, que durante siglos hemos sido fieles y leales al depósito de la fe, de forma intacta, transmitida de generación en generación.

Nuestras cofradías, instituciones de la Iglesia Católica, surgen en distintos momentos históricos, por motivaciones diversas: gremiales, asistenciales o defensoras de puntos dogmáticos. Pero todas tienen un fin último y común: promover el culto público, realizar obras de apostolado y animar el orden temporal.

Precisamente, la vigencia y actualidad de las cofradías en el siglo XXI radica en la fidelidad a sus fines generales; la identificación de lo que le es esencial y el análisis permanente de su entorno, para influir positivamente en él sin dejarse arrastrar por las corrientes. Corrientes y vientos dominantes que actualmente están perfectamente definidos: el laicismo y el relativismo.

El primero nos niega la posibilidad de aportar una nítida concepción sobre la persona y sus relaciones sociales. Niega además la relevancia cultural y social de nuestra fe y discute los fundamentos de una ética natural. Se ataca nuestra opinión católica y cofrade con la excusa de que las convicciones religiosas pertenecen a la intimidad de la persona y, por tanto, no deben trascender al exterior ni a afectar a su conducta.

Por otro lado, quienes sostienen el relativismo afirman que al no existir una norma moral arraigada en la naturaleza, tampoco existen valores permanentes, sino que éstos han de definirse puntualmente en cada momento. De esta forma, estamos asistiendo a la negación de la moral y a la relatividad de los derechos básicos y fundamentales de la persona.

Desde la tribuna de los defensores de estas corrientes filosóficas, estamos ya oyendo cantos de sirena, aludiendo a las hermandades y cofradías como entidades puramente culturales o folklóricas. Desde su atalaya, resulta hasta coherente el planteamiento; porque si niegan los valores que las sustentan, solo quedan los aspectos externos. Con esta base, solamente consideran a nuestras cofradías como depositarias de una serie de tradiciones singulares y pintorescas, conservadoras y continuadoras de un importante legado artístico. En último extremo, consideran a nuestras estaciones de penitencia como una impresionante coreografía, con la única trascendencia de una tradición sociológica.

Afortunadamente, nuestras cofradías, especialmente en Andalucía, como depositarias de la fe de todo un pueblo, son conscientes de su papel en la Iglesia y en la sociedad, pero nunca será suficiente su preocupación, durante tantos siglos demostrada, en animar con espíritu cristiano el orden temporal. A partir de ahí, debemos replantear nuestra actividad de forma continua, atendiendo con verdad nuestros fines esenciales: desarrollar nuestra formación, fomentar la vida de piedad entre los hermanos y animar la sociedad y la cultura con espíritu cristiano. En esta línea, el futuro de nuestras hermandades, su eficacia y garantía, estarán siempre a buen recaudo.

En ello debemos centrar nuestra propia esperanza.

* Presidente de la Agrupación de Hermandades y Cofradías de Córdoba