La Unión Europea es una hecho político simultáneamente sólido y débil. Es un proyecto sólido puesto que ahí está. Contra cualquier otro pronóstico va avanzando desde la antigua Comisión Europea del Carbón y del Acero, allá por los años 50, hasta el proyecto de Constitución Europea aprobado el viernes en Salónica. Es sólido porque se mantiene, y se camina hacia un objetivo final. Es a su vez débil porque todavía no se ha llegado al objetivo. Posiblemente incluso el objetivo aún está lejos. Y como está lejos son bastantes los que no creen que se pueda conseguir alguna vez.

Si hemos de tomar un posición respecto de la construcción de Europa, a mi juicio, no hemos de partir del pasado ni siquiera del presente, sino de una valoración del futuro. En política, lo real no es el pasado que ya no existe, tampoco es el presente que es fugaz. Lo que tiene consistencia es el futuro, el proyecto hacia donde se quiere caminar.

Europa es todavía un proyecto de futuro, que convive con un presente heredado del pasado. El pasado de Europa son los Estados-Nación. Desde el siglo XVI para acá Europa ha sido un espacio geográfico en el cual residían Estados-Nación soberanos: Francia, España, Portugal, Alemania, Gran Bretaña, etc. La historia de esta Europa de los Estados-Nación soberanos no es en absoluto halagüeña. Las disensiones entre las dinastías reales primero, entre regímenes parlamentarios y sus gobiernos después, hicieron que la historia de Europa fuera una secuencia de guerras continuada. Cada Estado-Nación buscando y defendiendo su hegemonía respecto de los otros.

Así fue cómo al término de la segunda guerra mundial (1939-1945) unos cuantos políticos con visión de futuro de largo alcance se propusieron transformar Europa en algo distinto. Una estructura política en la que la soberanía de los Estados-Nación fuese gradualmente cedida a instancias supra estatales. Este fue el gran proyecto político de los años 50 (el Tratado de Roma se firma en 1957), y que 46 años más tarde todavía no está terminado. Es en este espacio donde tienen lugar los "euroescépticos". No llegan a creer en el proyecto de Europa por dos razones. Primero porque al ser un proyecto todavía inconcluso, presenta huecos importantes. Europa carece de un sistema fiscal común, de una Defensa Común, de una sistema de justicia común, de un sistema de educación común, etc. Están conviviendo en este momento estructuras comunes junto con estructuras nacionales. Esta ambigüedad está en la base del "eurescepticismo". En segundo lugar porque la nostalgia y el apego al pasado tienen peso en muchas personas. Los antiguos señores feudales de la Edad Media se opusieron al nacimiento del poder estatal de los Reyes. El poder de los monarcas absolutos del siglo XVI acaba con el poder de los señores feudales. De manera semejante la Unión Europea va camino de acabar con el poder de los actuales Estados-Nación. En algunos sitios este "euroescepticismo" adquiere una fuerza considerable, por ejemplo en Gran Bretaña. Muchos británicos se consideran autosuficientes. El recuerdo de los que fue el Imperio Británico hasta la guerra de 1945, la importancia financiera de la City de Londres, les hace desconfiar de la integración del Reino Unido en la Unión Europea. Creen más en el pasado que en el futuro.

Por otro lado, los europeístas estamos a dos tentaciones. La primera a no abandonar definitivamente la vivencia del Estado-Nación. Todavía pensamos en las parcelas de poder que cada Estado-Nación pueda tener en el Consejo de Europa, en la Comisión Europea o en el Parlamento Europeo. No acabamos de convencernos que los Estados-Nación han de diluirse tarde o temprano en la única Unión Europea. Todavía pensamos que los intereses de Francia o de Alemania han de ser perjudiciales para España. Algo similar a pensar que los intereses de la Islas Baleares son contrarios a los de Extremadura.

La segunda tentación es la de considerar que Europa ha de ser un club de ricos, frente a la inmensa cantidad de pobres que cubren la Tierra. Europa es un gran proyecto. Pero Europa es demasiado pequeña. El gran proyecto político de nuestros días no es precisamente enriquecer a los europeos, sino extirpar de una vez la pobreza del mundo.

En el lenguaje de las altas instancias de la Unión Europea se ha de hablar más de la responsabilidad de Europa hacia el resto del mundo. No solamente para acabar con el terrorismo internacional (eso está bien). Se eha de menos ir más al fondo, a las causas que alimentan el odio y la venganza de los terroristas internacionales: la injusticia del reparto de la riqueza entre todos los hombres y mujeres del mundo.