Cuando antes de las elecciones explicaba a quien me inquiría por el sentido de mi voto que éste no tendría ninguno (no por estulticia --que pudiera ser--) sino porque simplemente no iba a votar, me topaba con todo tipo de recriminaciones. Que si con mi abstención iba a favorecer a tal o cual partido, que si mi postura era muy cómoda, y un largo etcétera. Yo luego exponía mis muchos motivos (no es ahora el momento de escribirlos todos), pero me guardaba uno, deseando de corazón que los hechos me desmintieran.

Pues no ha sido posible. Antes de que los ayuntamientos se formen, antes de ser nombrados los presidentes de las comunidades autónomas que han salido elegidos, mis temores han salido a la luz en Madrid. Nuestro voto, señores, no vale para nada.

Nuestro voto es una papeleta que se subasta. ¿Recuerdan en Feria, los tickets o tiques de las tómbolas, desperdigados por el suelo, como volantes sin valor alguno, comprados --votados-- con ilusión? Pues la metáfora es válida. Adjudicado el premio, esto es: determinado quién ha ganado el sorteo, se lanzan las papeletas al asfalto para ser pisoteadas.

Nuestro voto vale sólo en tanto en cuanto puede ser objeto de componenda. Si les quedan dudas, llamen a un amigo madrileño que votara a finales de mayo, y pregúntenle cómo se siente. Convenza a uno de esos electores dudosos que dieron un voto de confianza al PSOE para que el PP no se eternizara en el poder de que su voto ha servido para algo. Les dirá que sí, que el suyo ha sido un voto útil. Util para dos mendrugos que van a tener algún oscuro pesebre de por vida, gracias a la confianza de los ciudadanos en su sistema. Porque ésa (y no un partido concreto) es la auténtica perdedora de esos comicios.

Por culpa de esa pérdida de confianza, en las próximas elecciones muchos se sumarán a mi partido, el partido de los antipolíticos, que desconfían de todos los metidos en política, extraña carrera donde la renovación es imposible, porque todos son profesionales de ella.

Cada vez serán menos los que voten. Me pregunto qué pasará cuando ya no vote nadie.

La hoja de ruta de la democracia se cumple: como la de Palestina, más o menos.