Todavía conservo algunos de esos trazos inconfundibles en mi retina, espacios puros y lejanos pero repletos de símbolos, de luces y de sombras, rasgos y gestos únicos de personajes irrepetibles descubiertos de nuevo en la magna y reciente exposición de Julio Romero de Torres. Arte en su sentido más intemporal, realismo entre lo sensual y lo místico, a caballo del pecado y la expiación, todo ello celosa y limpiamente entresacado de una Córdoba atávica y tan castiza como idealizada, tan cerrada como diáfana, tan sobria como libertina, tan pacata como pícara, tan casta como libidinosa... Han sido dos meses largos en los que toda la ciudad se ha entregado ante una obra circunstancialmente reunida, desde el legado de la casa-museo de la plaza del Potro hasta los fondos de las colecciones privadas nacionales y extranjeras. Ahora puede parecer tarde para recordarlo, y quizá haya que esperar demasiado para que volvamos a disfrutar de placer semejante, pero la noticia es que se nos ha ido, en el silencio de la soledad, la persona que dio a ese tiempo su rostro y su cuerpo más inmortales, reliquia viviente de una época que, como antes les decía respecto al arte, se yergue por encima de aquella tal memoria viva del propio maestro. El tiempo, otra vez el tiempo, juez inflexible del hombre, que realza la grandeza del gran artista para luego diseminar su obra. Precisamente en estos días se subasta en Madrid el retrato de Conchita Jiménez, obra de un periodo en el que el pintor comienza a establecerse en la villa y corte, cuando se le empezaba a reconocer a escala mundial. Pero volvamos al hilo de ese tiempo. ¿Quién le iba a decir a María Teresa López, aquella hermosa e ingenua adolescente de ojos infinitos, mirada enigmática y hasta de pose sugerente, que, sobresaliendo entre otras, iba a convertirse en modelo universal de la obra póstuma del genio?. Mujer que, en su sinceridad, tanto tuvo que luchar por rehacer su buen nombre ante una sociedad de moral contradictoria que nadie como el maestro supo entender para más tarde reflejar en sus lienzos. Qué lejos estaban pues en tu memoria y en tu alma, María Teresa, aquellas interminables sesiones en el estudio del pintor, que te hicieron popular como estigmatizaron tu existencia. Pese a esto, María Teresa, sirva este mi reconocimiento al estilo de Borges hacia Lugones: ¡Qué suerte tuviste de ser contemporánea de Julio Romero de Torres!.

Hasta siempre Chiquita Piconera .