Estos días sobre los cielos de Palestina e Israel se ha escrito de nuevo la palabra esperanza. En esas tierras y en esos cielos tan sagrados, la palabra esperanza se repite con frecuencia en los versículos de sus libros de plegarias que los fieles salmodian en las mezquitas y en las sinagogas. Aunque conviene precisar que en los labios y en los corazones de los fervorosos devotos la palabra esperanza significa la destrucción de sus enemigos. Ahora, como sucedió en tiempos de Rabin y Barak, la palabra esperanza equivale a un cierto optimismo sobre un futuro de convivencia pacífica entre los dos pueblos. La Hoja de Ruta que señala el mapa de los caminos que conducirán a la paz y a la instauración de un estado palestino se ha puesto en marcha en la reunión de Aqaba. Allí estaba Bush apadrinando la reunión entre Abu Mazen y Ariel Sharon. Clinton también lo hizo con Rabin y Arafat, con Barak y Arafat, ahora el mito palestino, el hombre de la kefia rematando su pequeña cabeza ha sido el gran ausente. El camino diseñado, la Hoja de Ruta, tiene tres fases. La primera concentra tres grandes exigencias para los palestinos: conseguir el cese de los atentados terroristas, reformar las estructuras de la Autoridad Nacional Palestina y reconocer el derecho a la existencia del Estado de Israel. A los israelíes se les exigen otras tres decisiones: poner fin a los asentamientos o construcciones ilegales, retirarse de los territorios ocupados durante la Intifada y restituir los fondos confiscados a los palestinos. Una vez concluidas las condiciones de la primera fase, se pasará a la segunda que debe arrancar con unas nuevas elecciones generales y a continuación empezar entre los dos gobiernos las verdaderas negociaciones para la paz. Se constituirá un Estado palestino provisional sobre el 40% de Cisjordania y sobre las 2/3 partes de la Franja de Gaza. La tercera fase culminará el proceso y apunta a una conferencia internacional que tendrá lugar a finales de 2.005 en donde quedará reconocido un Estado palestino con fronteras fijas y definitivas.

Visto así parece que estamos ante el arco iris de la paz, pero los caminos son complicados y sinuosos, llenos de múltiples peligros por una parte y otra. Los Estados Unidos, la ONU, la Unión Europea y Rusia, el celebre cuarteto, tendrán que emplearse a fondo para superar las dificultades que surgirán como los hongos después de la lluvia. La primera pregunta que salta con curvas sangrientas es si Abu Mazen y su voluntarioso ministro del interior Mohamed Dahlan serán capaces de neutralizar a los violentos del Hamas, de la Brigrada de los Mártires del Aqsa o a los fanáticos de la Jihad islámica. Voy a escribir algo que me asusta: no hay que descartar la posibilidad real de una sangrienta confrontación civil entre los que apoyan a Abu Mazen y los que siguen ciegamente a quienes apuestan por continuar con la violencia. En Israel, la extrema derecha nacionalista, entre los cuales se encontraba Sharon hasta antes de ayer, también plantará cara y fusiles, pero el ejército y la policía israelíes son demasiado poderosos y podrán afrontar con éxito los desafíos de los colonos airados. ¿Qué hará Arafat? Este mito, que fue durante cuatro decenios el rostro de la martirizada Palestina, sigue acorralado en los destartalados caserones de la Mukata en Ramala. Ha perdido carisma, pero todavía sigue conservando un nebuloso atractivo sobre una parte importante de su pueblo. Es la sombra incierta e inquietante del nuevo proceso. No es fácil eliminarle políticamente y es un espejismo el pensar y creer que ya no cuenta.

Y después y siempre estará Jesuralén como el gran problema, el eterno escollo sagrado. Los palestinos quieren convertirla en su capital logrando la soberanía sobre la zona Este, la vieja ciudad, en donde están las piedras más perfumadas por el olor de Yavé. Sharon ha manifestado que no cederá ningún tipo de soberanía sobre esa ciudad cuyo nombre lleva en hebreo la palabra paz y que su historia se concentra en permanentes remolinos de guerra. Harán falta cinturas angélicas por una y otra parte, los dos pueblos creen en los ángeles, para superar confrontaciones esenciales.

A pesar de todo hay que apostar a la esperanza. En ninguna parte del mundo es tan necesaria la paz, porque la guerra y las tragedias que tiene lugar en esas tierras santas para las tres grandes creencias monoteístas envenenan los tejidos de la política internacional y alimentan las confrontaciones de las culturas que profetizó Huntington.