Este es uno de los viajes de mi vida. Espero que me dejes disfrutarlo.

Al salir del hostal de Irún pensamos que sería imposible. Era la primera vez que hacíamos un viaje tan largo en bici con alforjas y el inicio fue desalentador. No habíamos medido. Ropa para dos semanas, tienda de campaña, sacos, esterillas, camping-gas, útiles de cocina, cámara de fotos, de vídeo, carretes, cuaderno, libros, la comida del día, navaja suiza, incluso un portátil. Nunca olvidaré el primer metro: bajar el escalón que daba a la calle. Un drama.

Esta es la historia de dos chicos sin novia que se van a pasear por el Pirineo en bici.

Este viaje no es un parche. Este viaje tengo que hacerlo para mí.

Importante: asimilar con naturalidad los momentos críticos.

Sábado, 2 de agosto del 2014.

Irún - Vera - Sare - Zugarramundi - Urdex - Erratzu - Camping Baztán.

He leído tumbado en un césped mientras escuchaba música.

He bajado un puerto de montaña sin camiseta.

He cruzado la frontera con Francia, dos veces.

He visto pueblos en valles. Los he atravesado, con las piernas.

Me he parado.

Me he bañado en agua fría. Ha llovido.

He hablado con gente desconocida.

Me van a poner música antes de acostarme.

Ha salido el sol. El sol pica.

Esto es así: odiar y desear lo mismo. ¿Odiaré la montaña cuando empiece a subir? Ahora mismo me motiva todo.

Está siendo un placer marcharse de cada sitio. Todas las despedidas deberían ser así, en el punto álgido de la relación, en lo más alto. Y a seguir llenándote.

Así fue con la familia Pecon, en Saint Jean Pied de Port. Los padres leen un libro frente al río, las niñas juegan con una cámara de fotos. No hay móviles. No hablan porque prefieren escuchar la corriente. Es su primer día de vacaciones. Empiezo a retratar. Empiezan los encuentros. El primero ha sido con Alfonso, en la cima del puerto de Izpegui, entre Erratzu y Saint-Étienne de Baigorry. Tiene 74 años y viaja solo en su Vespa.

- Yo no tengo que darle cuentas a nadie -presume.

Alfonso nos da la primera gran lección. No es la última.

La niebla de Roncesvalles.

Cualquier viaje debe torcerse en algún momento. No estaba muy bien preparado: ni distancias entre pueblos, ni longitud de puertos, ni pendientes. Así que empezamos a subir Ibañeta sin saber el final, y la incertidumbre es lo peor. A mí no me importa esa pizca de sufrimiento físico cuando corro o asciendo con la bici porque hace que no piense. Además, sé que terminará pronto y después hasta lo miraré con nostalgia. El otro sufrimiento es el que no soporto. Ni depende de mí ni sé cuándo acabará.

Pepe lo está pasando fatal. Paramos varias veces, se queda sin fruta desecada, devora todos los orejones. La niebla impide ver más allá de diez metros. Imposible intuir el final. Y el final es casi de noche, con una ducha de agua fría, compartiendo literas en una caseta de obra con tres personas más porque los peregrinos del camino de Santiago tienen colapsados los albergues y hoteles de Roncesvalles. El final ni siquiera nos ha regalado un descenso. Es todo muy injusto.

Amanece igual y atravesamos los valles orientales de Navarra con una neblina que hace de cada camino una línea blanca perdida. Se salpican pueblos: Abaurrepea, Jaurrieta, Ochagavía, Izalzu, Isaba. Un gallo. Un puente de piedra. Campanas. Un campo de cebada. Un partido de pelota vasca en la plaza. Sol.

Huesca.

Anoche todo era negro y hoy alargamos el día tirados en el camping de Zuriza con unas cervezas. Acabamos de entrar a un sitio que me pertenece. El letrero verde de la provincia de Huesca me produce un escalofrío. Aquí viví solo, aquí pasé un invierno muy largo, aquí empecé a coger caminos, a hacer fotos, a integrarlas en mi vida, o mi vida en ellas. Aquí comencé a andar cuando llevaba años estancado. Aquí descubrí y me descubrí. Y aquí voy a empezar otra vez. Si lo hice hace cinco años, ahora va a ser mucho más fácil. Así que mañana me voy a levantar, no me lavaré el pelo ni la cara, me meteré directamente en el río y andaré. Andaré y no miraré más allá de este valle.

Si no se tiene pasión, se busca, y si no la hay, se deja.

Tenía que haber vuelto a este sitio mucho antes.

Camino en Abaurrepea (Navarra).

Pepe y Alfonso, en la cima de Izpegui, entre Erratzu y Saint-Étienne de Baigorry (Francia).

La familia Pecon.

En Saint Jean Pied de Port.

Ascensión al puerto de Ibañeta, dirección Roncesvalles, en julio de 2014.