La pintarroja es un tiburoncillo que no mide más allá de 70 cm. Su abundancia en el Mediterráneo explica que sea frecuente verla en las pescaderías malagueñas, donde lo común es que la presenten sin cabeza ni piel, muy dura y quitársela requiere cierta técnica; en cambio, como se alimenta casi exclusivamente de marisco y peces pequeños, su carne es fina y tiene buen sabor. Hace ya muchos años que mis amigos malagueños me obligaron a vencer los prejuicios que, por desconocimiento, tenía hacia la pintarroja, y me enseñaron a prepararla de dos maneras, que son las que sigo practicando: en adobo -vinagre, pimentón, sal, ajo, laurel y orégano- frita; y en cazuela, con fideos gruesos: un sofrito de ajo, cebolla, pimiento y tomate; un puñado de chirlas, una docena de langostinos -las cabezas y los caparazones para el fumé- y una pintarroja; los tiempos de cocción de cada cosa, que son mínimos, marcarán el orden de incorporación al guiso, cuyo toque final es hierbabuena.