Decían los antiguos que «detrás de un hombre grande siempre hay una mujer grande» (o varias, añado yo). Es el caso de Joselito, pues el rey de los toreros no solo tuvo una sino varias y por este orden temporal: primero, y siempre, su madre, Gabriela Ortega Feria, «la señá Gabriela». Luego, en su primera juventud, se enamoró platónicamente de Guadalupe Pablo Romero. Después aparece en su vida la grandísima Margarita Xirgú (la luego musa de Lorca). A continuación vive un romance con la Argentinita, Encarnación López, (muerto Joselito fue la amante y el amor de Ignacio Sánchez Mejías)… Y por si no fuesen suficientes habría que hablar también de Adelita Lulú, la famosa cupletista competidora de Raquel Meller y Consuelo Hidalgo, la vedette más famosa de aquellos tiempos, por sus bellísimas piernas.

Pero, como aquí no se trata de escribir una obra extensa sobre los amores de Joselito me voy a centrar en las tres mujeres que más le marcaron. Aunque antes es interesante saber lo que pensaba Joselito de las mujeres: «¡Hombre!... ¿a quién le amarga un dulce?... pero el peor enemigo que puede tener un torero es la mujer. Un enemigo muy adorable, desde luego, pero muy peligroso. Nosotros los toreros, desde que comienza la temporada hasta que concluye, debemos de huir de las mujeres bonitas y hacer de casto José. Las mujeres son un vino dulce que se sube fácilmente a la cabeza y dobla las piernas, y para torear hay que estar muy fuerte. Hay sobre todo que tener las piernas como el acero y la cabeza muy firmes… ¿Ven ustedes esta medalla doblada?, fue el pitonazo de un toro que me echó mano. La noche antes de la corrida, me la había pasado mirándome los ojos de una bella mujercita». (Palabras recogidas de la novela de Alberto Insúa La mujer, el torero y el toro).

Pero, ¿quién era la madre de Joselito? Veamos algo de su biografía: «Gabriela Ortega Feria (1862-1919), conocida artísticamente por su propio nombre o como la señá Gabriela, nació el 30 de julio de 1862 en Cádiz. Proveniente de una familia gitana de artistas y toreros, fue una bailaora y cantaora de renombre en aquella época. Se casó en Sevilla con el torero Fernando Gómez El Gallo, con el que tuvo seis hijos, tres hombres Rafael, Joselito y Fernando (los tres toreros) y tres mujeres Gabriela, Trini y Dolores (las tres se casaron con toreros). Vivió por y para su familia, tanto que renunció al baile y a su carrera profesional cuando contrajo matrimonio con El Gallo, en el año 1885. Enviudó y tuvo que hacer frente a los problemas económicos que esto supuso. Sacó adelante su casa y crío a sus hijos hasta que dos de ellos empezaron a ganar dinero y a mantener a la familia. La salud de Gabriela empeoró y falleció el 25 de enero de 1919 en Sevilla, a la edad de 56 años». (Wikipedia). Gabriela Ortega debió ser una mujer ejemplar, por lo que hablaron de ella sus hijos, sus nietos, sus sobrinos, todos los que la conocieron y por el entierro multitudinario que tuvo tras su muerte.

Joselito la tuvo siempre como un altar y no hizo nada en su vida sin contar con su apoyo. Hasta el punto de que, según sus mejores amigos, a Joselito le inundó tal depresión cuando murió que ya no fue el mismo lo poco que vivió después (murió tan sólo un año más tarde). De ella diría en una entrevista periodística, entre otras cosas: «Mi madre se llamaba Gabriela Ortega. Era un poquito alta, más bien metida en carnes y con mucho carácter. Fue una mujer seria, de talento, que pasó a la historia como mujer y como madre. Hablaba de toros mejor que un hombre y eso que no fue a ninguna corrida; pero tuvo tres hijos toreros. Y su marido también lo fue, Fernando el Gallo, mi padre.

Aquí en Sevilla, la conoció mi padre. Ella bailaba y fue una bailaora muy buena. Mi padre la conoció en el café del Burrero, donde trabajó muy poco tiempo

Mi madre era cuarterona. Porque mi abuela no era gitana. Mi abuelo, sí. Mi abuelo era gitano, hermano del célebre banderillero Francisco de Asís Ortega Díez, El Cuco, que estuvo colocado con E Tato y con Frascuelo.

También tuvo otro hermano que se llamó Barrambín (Gabriel), banderillero de Cúchares, con quien murió en la Habana. Y otro, el tercero, el Lillo (Manuel), que fue banderillero de Cúchares. O sea, que en la dinastía de mi madre hubo tres toreros».

La historia de Gabriela y el Gallo fue, en realidad, un romance casi de película, pues ante la oposición de la familia de ella, no tuvo mejor idea que raptarla. Reproduzco de el periódico El Heraldo de Madrid parte de la leyenda:

«Hace ya muchos años, más de treinta y dos, bailaba en Sevilla, en el café Filarmónico, una admirable y honestísima cañi, la Grabiela, cuyos encantos traían de coronilla a la espuma de la aristocracia y a la flor de la majeza.

El Gallito, padre, (…), que por aquellos tiempos mecíase en las cumbres de la notoriedad, cautivó con su ingenio a la cañi y venció sus escrúpulos con promesas, logrando así ahuyentar a sus rivales y ser proclamado novio oficial de la esquiva bailadora.

Mas no se conformaba el lidiador con las dulzuras espirituales del noviazgo: quería algo más substancioso y más positivo, y para saciar, sin amarrarse de por vida, sus deseos, y vencer la resistencia de la virtuosa, brava y áspera mujer, planeó un pícaro engaño que la hacía rendir su albedrío.

Una noche, la Gabriela, el Gallo y algunos amigotes del espada salieron de Sevilla y refugiándose en un cortijuelo.

La bailarina se vistió un rico traje y prendiose en el busto las simbólicas flores del naranjo; el lidiador llenose de alhajas resplandecientes y muy grave vio entrar en la habitación a Bartolesi, el fornido piquero, que, disfrazado de cura, hizo una parodia irrespetuosísima del más temible de los Sacramentos.(…)

Los bendijo, se fue con los amigotes y el Gallo vio de par en par las puertas de la gloria. Pero trascendió la aventura, indignáronse los hermanos de la Gabriela y el Gallito, acorralado temiendo que los sabuesos que le perseguían le hiciesen un agujero incerrable en la piel, comenzó a negociar, se vino a las buenas y se casó».

A su muerte le dedicaron muchas coplas, canciones y poemas.

(Pinche este enlace para escuchar y ver el poema que recitó por el mundo entero su sobrina Gabriela Ortega Gómez).