E Las escalas del Universo nos desbordan. Cuando pensamos en las distancias a las estrellas tenemos que usar unas unidades de medida que no son nada intuitivas por más que, a fuerza del uso, nos acostumbremos a ellas. Cuando decimos, por ejemplo, que la estrella Espiga, el astro más brillante de la constelación zodiacal de La Virgen (Virgo), se encuentra a 260 años luz de nuestro sistema solar asumimos este número ya casi sin pestañear. Quizá llegamos a pensar que la luz que vemos con nuestros ojos al observar a Espiga partió de ella en 1759, dando pábulo a reflexionar que mirar a las estrellas es mirar atrás en el tiempo. Pero un año luz, en unidades cotidianas, corresponden a más de 9.4 billones de kilómetros (exactamente, un año luz son 9 460 730 472 580.8 km): tendríamos que dar 236 millones de vueltas a la Tierra para conseguir esa distancia. Y la estrella Espiga está aquí al lado, en la vecindad solar dentro de una galaxia de tamaño mediano que llamamos Vía Láctea. ¡Imagínate lo que sería la distancia a galaxias a millones, miles de millones, de años luz!

La escala espacial no es la única casi inabarcable en Astronomía: también está la escala temporal. Nuestro Universo tiene 13.800 millones de años, contando desde el momento de la creación del espacio, el tiempo y la materia en el Big Bang. Tomando unos 33 años como cambio en las generaciones humanas, suponiendo que hubiesen existido seres humanos desde el principio de los tiempos (algo obviamente imposible por las condiciones físicas y químicas del Universo primitivo, más impensable por la evolución de las especies) se habrían sucedido 418 millones de generaciones. El Sol, nuestra estrella, se habría creado hace 139 millones de generaciones (4.600 millones de años). En perspectiva, solo 62 generaciones nos separan de la creación del Imperio Romano.

Por todo esto, a nuestros ojos, el movimiento de los cielos es extraordinariamente lento. En una vida humana podemos ver a Júpiter darle unas 6 vueltas al sol (71 años), aunque en el mismo tiempo Neptuno (el planeta más alejado del Sol) sólo habría completado el 43% de su órbita. Aún así, los vemos moverse. Las estrellas, salvo unas pocas, apenas tienen movimientos apreciables en una vida humana. Y lo mismo, pero con más rotundidad, puede decirse de las galaxias, que permanecerán iguales durante milenios salvo que explote una supernova en ellas. De ahí que se hable de la “inmutabilidad de los cielos” y que “las estrellas son eternas”.

Ciclo de vida

Pero esto es a nuestros ojos. Todo en el Universo tiene un ciclo de vida, y las estrellas y las galaxias no están exentas de ello. Nuestro Sol, como todas las estrellas del Cosmos, morirá tarde o temprano, y nuestro planeta con él. En realidad, la Tierra desaparecerá antes de que muera el Sol, cuando este se hinche hasta convertirse en una estrella gigante roja, engullendo a Mercurio, Venus y posiblemente también a la Tierra. Esto sucederá, según los cálculos de los astrofísicos basados en modelos físicos muy complejos de los interiores estelares, en unos 5 mil millones de años (151 millones de generaciones humanas). Poco después de eso las capas externas del moribundo Sol se expandirán al espacio, creando un objeto de gas difuso que los astrónomos designan con el confuso nombre de nebulosa planetaria (no tiene nada que ver con un planeta, el nombre simplemente proviene de la apariencia aproximadamente circular que muchas de estas nebulosas tienen cuando se miran con telescopios de aficionado de tamaño pequeño). En el centro de esta estructura queda el núcleo desnudo del Sol, una estrella enana blanca, un objeto muy denso y muy caliente cuya radiación es la que provoca que se encienda el gas circundante. Éste es el destino final de todas las estrellas de baja masa, definiendo en Astronomía una estrella de baja masa como aquella cuya masa inicial es menor que unas 9 veces la masa del Sol.

Precisamente es en las nebulosas planetarias, al igual que en algunas nebulosas resto de supernova (la explosión de una estrella 9 veces más masiva que el Sol, o de una estrella enana blanca) e incluso en algunas estrellas jóvenes y en formación, donde ya estamos empezando a ver movimiento al comparar imágenes obtenidas con décadas de separación. En efecto, dentro de la inmensidad temporal de los objetos del Cosmos existen algunos que son muy efímeros, cuyas vidas duran casi una exhalación, obviamente no tan fugaz como las vidas humanas, pero sí lo suficientemente cortos para que apenas duren unas decenas de miles de años o menos.

Además del caso evidente de las explosiones de supernova, donde una estrella pasa de ser a no ser en cuestión de segundos, las nebulosas planetarias aparecen y desaparecen en escalas de tiempo inferiores a 10 mil años… equivalentemente a 303 generaciones humanas. Dicho de otra manera, si los neandertales hubiesen tenido telescopios y registrado el cielo, habrían visto nebulosas planetarias que ya no existen, y no habrían visto algunas que vemos nosotros porque aún su estrella originaria no habría muerto.

Nebulosa planetaria

Un excelente ejemplo es la delicada nebulosa planetaria ESO 577-24. Localizada en la constelación de Virgo, a unos 1.400 años luz de la Tierra y sólo visible con grandes telescopios, esta nebulosa planetaria habrá desaparecido en menos de 10 mil años como consecuencia de la expansión del gas hacia el medio interestelar.

La estrella enana blanca que «enciende» el gas es claramente visible en su centro, junto con el amasijo de gas difuso (mucho hidrógeno, en color rojizo) que ha sido procesado dentro de la estrella muerta. ESO 577-24 fue descubierta en la década de 1950 como parte de un cartografiado usando el potente telescopio del Monte Palomar (EE.UU.) y registrada en el famoso Catálogo Abell de nebulosas planetarias en 1966.

La imagen, que forma parte del programa Joyas Cósmicas del Observatorio Europeo Austral (ESO), combina datos obtenidos con el instrumento FORS2 del complejo VLT (Observatorio de Cerro Paranal, Chile).

La toma es tan detallada que permite ver galaxias lejanas a través de la nebulosa o incluso un asteroide moviéndose por el campo (abajo a la izquierda de la enana blanca, débil rastro a trazos multicolor), invitándonos a reflexionar sobre la inmensidad del tiempo y del espacio.

(*) El autor, astrofísico cordobés en Australian Astronomical Optics, Macquarie University y miembro de la Agrupación Astronómica de Córdoba, escribe regularmente en el blog ‘El Lobo Rayado’ en la dirección de internet http://angelrls.blogalia.com