Quién al regreso de un viaje e incluso durante él, no ha ansiado volver a la comida cotidiana, la hecha en casa? Salirse de la dieta normal, aunque sea para tomar mejores o más caros alimentos, acaba estropeándonos el estómago y entonces volvemos los ojos -la boca más bien- a los calditos del puchero perfumados con hierbabuena, al arroz con la pescadita en blanco, al huevo pasado por agua y a la manzana asada. Estos platos, que son caseros, constituyen un modelo de dieta sana para reconstruir lo dañado, pero la cocina casera es muy amplia y también abarca platos pesados y enjundiosos, totalmente contrarios a lo que consideramos saludable; lo que pasa es que la sabiduría popular los espacia en el tiempo o los reserva para épocas y fechas señaladas.

La cocina tradicional casera es la conservada mediante la transmisión de padres a hijos, que se hace en casa según el saber popular, es decir, el que es conocido por el público en general y está al alcance de personas con menos recursos económicos o con menos desarrollo cultural, que no ofrece dificultad y al mismo tiempo resulta muy eficaz. Un modelo de nuestra cocina tradicional casera podría ser la de legumbres -garbanzos, lentejas, habichuelas- tres veces a la semana; pasta, con su enorme variedad, dos veces; patatas, una vez; y arroz, una vez. Como vemos, nuestra cocina cotidiana distingue entre almuerzo y cena, reservando la mayor suculencia para el primero. Los segundos platos, si es que son necesarios, porque a veces los primeros actúan como platos únicos, suelen ser de carne o pescado. El postre, fruta o algo dulce. Naturalmente, éste es un esquema básico porque el repertorio de guisos, cazuelas, estofados o asados, es casi ilimitado y en muchos casos, bastante sofisticado. Las cenas, que deberían ser más tempranas, se reservan para las hortalizas y verduras -cocidas o en ensaladas- lo mismo que las preparaciones con huevos. La cocina casera trata de ordenar con acierto, establece las oportunas alternancias y prepara platos simples, familiares y hasta rústicos, que inducen a la evocación de cálidos recuerdos. Son comidas que se sirven desde el puchero donde se guisan. Los sofritos se hacen sin prisa, enterneciéndolos hasta la transparencia; las frituras -no nos olvidemos del aceite de oliva- son doradas y crujientes; y las salsas calientes, suavemente acarameladas. Nuestra cocina casera es acogedora y reconfortante.