Aunque hoy se haya olvidado, Ramón y Cajal está a la altura de Einstein, Flemig o Newton... Y quiero comenzar con las mismas palabras con las que Antonio Calvo Roy termina su biografía sobre el aragonés: «Cajal fue una persona compleja, como todas las que dejan huella, con claros y oscuros, capaz de la más alta generosidad y de ruindades impropias, exigente con todos, sobre todo consigo mismo, incansable, arbitrario, ingenuo, audaz, orgulloso, inteligente, tenaz, hábil y, sobre todas las cosas, dotado de una voluntad férrea, de una inagotable fe en sí mismo, de una asombrosa capacidad de trabajo. Quiso ser pintor, poeta, aventurero, fotógrafo, soldado, cualquier cosa menos médico; y acabó siendo, según sus palabras, un obrero de la ciencia, uno más en el tajo de la investigación; el primer escudriñador del cerebro humano, Santiago Ramón y Cajal, hace más de un siglo, sentó los cimientos de la teoría neuronal, la base de la explicación científica de la estructura y funcionamiento del sistema nervioso central. Comenzó a entender, y a explicar, aquello que nos hace ser, como especie, diferentes al resto de los seres que habitan el planeta, el espacio físico de la inteligencia».

«No era un superhombre, era un sabio, un tipo listo que supo ver lo que otros no veían, que supo aprender, y aprehender, lo que le enseñaron, que supo interpretar lo que veía, aprovechar técnicas y avances. El cerebro humano es una de las últimas fronteras que nos quedan por conocer. Cajal quiso ver los entresijos del pensamiento, los cajones cerebrales en los que guardamos las emociones, las cerraduras neuronales por las que miramos el pasado. Pero allí solo había física y química, tejidos y células. Fue el descubridor y el primer cronista exacto de la arquitectura del cerebro, el describidor preciso de los andamiajes que nos permiten saber que somos humanos».

«Sobre una tradición endeble pero existente, con pocos maestros y algunas ayudas, su tesón, Cajal logró sus propósitos. Fue capaz, como Newton, de subirse a hombros de gigantes para ver más lejos».

Pero, ¿quién fue realmente Santiago Ramón y Cajal? También llegados a este punto he preferido que sea el propio genio quien nos hable de su vida. Cosa que hace magistralmente en su obra Mi infancia y juventud:

«Nací el 1 de mayo de 1852 en Petilla de Aragón, humilde lugar de Navarra, enclavado por singular capricho geográfico en medio de la provincia de Zaragoza, no lejos de Sos. Los azares de la profesión médica llevaron a mi padre, Justo Ramón Casasús, aragonés de pura cepa, y modesto cirujano por entonces, a la insignificante aldea donde vi la primera luz, y en la cual trascurrieron los dos primeros años de mi vida».

«Fue mi padre un carácter enérgico, extraordinariamente laborioso, lleno de noble ambición. Apesadumbrado en los primeros años de su vida profesional, por no haber logrado, por escasez de recursos, acabar el ciclo de sus estudios médicos, resolvió, ya establecido y con familia, economizar, a costa de grandes privaciones, lo necesario para coronar su carrera académica, sustituyendo el humilde título de cirujano de segunda clase con el flamante diploma de médico-cirujano».

«Solo más adelante, cuando yo frisaba en los seis años de edad, dio cima a tan loable empeño. Por entonces (corrían los años de 1849 y 1850), todo su anhelo se cifraba en llegar a ser cirujano de acción y operador de renombre; y alcanzó su propósito, pues la fama de sus curas extendióse luego por gran parte de la Navarra y del alto Aragón, granjeando con ello, además de la satisfacción de la negra honrilla, crecientes y saneadas utilidades».

El partido médico de Petilla era de los que los médicos llaman de espuela; tenía anejos, y la ocasión de recorrer a diario los montes de su término, poblados de abundante y variada caza, despertó en mi padre las aficiones cinegéticas, dándose al cobro de liebres, conejos y perdices, con la conciencia y obstinación que ponía en todas sus empresas. No tardó, pues, en monopolizar por todos aquellos contornos el bisturí y la escopeta. Con los ingresos proporcionados por el uno y la otra, pudo ya, cumplidos los dos años de estada en Petilla, comprar modesto ajuar y contraer matrimonio con cierta doncella paisana suya, de quien hacía muchos años andaba enamorado».

«Era mi madre, al decir de las gentes que la conocieron de joven, hermosa y robusta montañesa, nacida y criada en la aldea de Larrés, situada en las inmediaciones de Jaca, casi camino de Panticosa. Habíanse conocido de niños (pues mi padre era también de Larrés), simpatizaron e intimaron de mozos y resolvieron formar hogar común, en cuanto el modesto peculio de entrambos, que había de crecer con el trabajo y la economía, lo consintiese».

«No puedo quejarme de la herencia biológica paterna. Mi progenitor disponía de mentalidad vigorosa, donde culminaban las más excelentes cualidades. Con su sangre me legó prendas morales, a que debo todo lo que soy: la religión de la voluntad soberana; la fe en el trabajo; la convicción de que el esfuerzo perseverante y ahincado es capaz de modelar y organizar desde el músculo hasta el cerebro (...). De él adquirí también la hermosa ambición de ser algo y la decisión de no reparar en sacrificios para el logro de mis aspiraciones (...). De sus excelencias mentales, faltóme, empero, la más valiosa quizá: su extraordinaria memoria. Tan grande era que, cuando estudiante, recitaba de coro libros de patología en varios tomos». Pero, como no es cosa de leer aquí la bellísima autobiografía de Cajal, me limito a señalar que fue un niño súper travieso y un joven rebelde que se pasó años haciéndole rabiar a sus hermanos y a sus compañeros de estudios. Y lo más curioso, que vivió enfrentado con su padre porque no quería ser médico. Aquellos años solo quería ser pintor y aprendió a dibujar a escondidas y a veces hasta con los dedos, porque el padre le prohibía pinceles y le escondía los lapiceros. Lo que no sabían padre e hijo es que aquel aprendizaje del dibujo le serviría después para conquistar la gloria médica.