Los supermercados están rebosando de productos y también de compradores que van a llenar la cesta para la despensa. Desde hace varias semanas, en la pescadería de mi barrio y de cualquier barrio ofrecen cajas de cigalas, de gambas y cuerpos congelados, instándote a que las compres ahora, porque después seguramente subirán de precio, ¿más todavía?, o se agotarán. Ganas de estresar a la clientela. En la carnicería dicen que están a punto de cerrar la lista de encargos de falda de ternera, de pechugas de pavo y de muslos de pollo, todas las piezas abiertas para rellenar. Y en la charcutería, que si quieres un jamón cortado en lonchas y envasado al vacío, tiene que ser para después de año nuevo. Una exageración: lo mismo que el año pasado y el anterior y el otro y el otro. ¿Es que no escarmentamos? Pero si por muy exquisito que sea el plato, si sobra, nadie quiere comérselo y se pasa varios días dando vueltas por el frigorífico.

«¿Eres la última?»

Con ocho yogures en la mano -es a lo que he venido- me dirijo a la zona de cajas; las cuatro que están abiertas tienen unas colas kilométricas. Escojo la que me parece que va a ser más rápida y, como están todas tan embarulladas, le pregunto a una chica: «Eres la última». Se vuelve, me mira de refilón y me contesta con desgana: «Supongo que sí». ¿Por qué lo supone?, pienso. Así que me cambio de cola, buscando a alguna persona que esté segura de si es la última o no. Avanzo poco a poco. En esto, una cajera nueva llega quitando la cadena de la única caja que permanecía cerrada, diciendo al mismo tiempo: «Vayan pasando por aquí por orden de fila». ¡Ay, Dios mío! Esto es para descacharrarse de risa. ¿Por orden de qué? Los últimos salen corriendo y se ponen los primeros, como si estuviéramos en el reino de los cielos. Valoro la situación según mi experiencia. Me darán empujones y pisotones y volveré a quedarme la última, así que ni lo intento.

«Pase usted»

La señora que va delante de mí observa que sólo llevo yogures y, muy amablemente, me invita: «¿Solo lleva eso? Pase usted, que me da apuro que esté esperando». Y a la que va detrás de mí, que también lleva poco, le dice lo mismo. ¿Pero cómo se puede ser tan buena, en medio de esta selva? Su cara me suena y le pregunto: «Eres hermana de Inma». «No -me contesta- nos conocemos de vista, porque somos vecinas». Antes de irme, le pregunto su nombre «Para saludarte la próxima vez que nos veamos». «Carmen, me llamo Carmen». Gracias, Carmen.