ay!, pero con el triunfo llegó el resentimiento y no hay hombre más antipático que un resentido. Porque en cuanto Azaña se vio en el poder sacó a relucir todo lo que llevaba dentro, se volvió un hombre frío, soberbio, engreído, huraño, que miraba a todos por encima del hombro y sólo veía en los demás sus defectos y vicios. La mejor prueba es que desde la noche del 14 de abril hasta el mes de septiembre sacó 32 decretos, creyendo que la República era suya, que España era suya, que el Ejército era suyo, que las Cortes eran suyas. Y como tal resentido empezó su política de «trituración». Durante esos meses no dejó títere con cabeza y fue el azote de los generales, de los políticos, de los partidos y hasta del propio presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora.

Pero como por sus obras lo conoceréis, sigamos con los decretos de aquellos meses. El primero fue la eliminación de los ascensos por méritos de guerra de los generales, coroneles y oficiales en Marruecos.

Sin embargo, de aquellos decretos destacó el del 1 de julio de 1931, por el que se cerraba la Academia General Militar de Zaragoza, la «niña bonita» de aquel Ejército. Fue el primer choque serio de Franco y Azaña, ya que el general se resistió a arriar la bandera e izar la nueva bandera republicana (eso irritó al señor ministro de la Guerra que automáticamente lo cesó y lo mandó a Galicia en situación de reserva, lo que tenía una agravante, y es que los generales que estuviesen en esa situación si antes de los seis meses no le daban mando en plaza perdían su rango y su grado). Curiosamente, Franco se despidió de los cadetes de la Academia General el día 14 de julio, el mismo día que se reunían las Cortes Constituyentes de la República… pero tampoco Franco recibió su cese con normalidad y aquel mismo día al despedirse de los cadetes pronunció un discurso que retumbaría en toda la España republicana e irritaría aún más al Ministro de la Guerra.La Academia era una creación de la dictadura de Primo de Rivera de 1928, como repuesta al conflicto entre el dictador y el Arma de Artillería a causa del sistema de ascensos (la antigüedad que defendían los artilleros frente a los «méritos de guerra» que defendían los militares «africanistas», a los que ahora apoyaba el dictador).

El espíritu artillero

Primo de Rivera intentó acabar con la oposición de los artilleros disolviendo su cuerpo de oficiales y poniendo fin a la formación técnica que proporcionaba la academia de Segovia, donde, al cabo de cinco cursos, recibían los cadetes un título de teniente de Artillería y otro de ingeniero industrial. Por el contrario, en las academias de Infantería y de Caballería sitas en Toledo los cadetes solo estudiaban tres años y no recibían ningún título civil. Así pues, para acabar con el «espíritu artillero», la dictadura estableció un nuevo plan de estudios militares que consistía en que los cadetes del Ejército cursarían dos años en una nueva academia general y otros dos en la propia de su cuerpo. Al terminar los cuatro años, serían promovidos a tenientes, sin títulos ni graduaciones civiles. Para dirigir la nueva institución, el general Primo de Rivera pensó en un militar que tuviera una mentalidad radicalmente opuesta a la del «espíritu artillero» (que él consideraba ilustrado, elitista y burocrático) y para ello pensó primero en el general Millán Astray, fundador de la Legión y un furibundo africanista, pero le desaconsejaron su nombramiento porque era un personaje conflictivo, con enemigos en el Ejército. Entonces se decidió por el general Franco, que había sido su segundo en la Legión. Azaña, cuando cerró la Academia de Zaragoza, repartió sus alumnos entre las academias de las armas respectivas (Toledo: Infantería, Caballería e Intendencia; Segovia: Artillería e Ingenieros; Madrid: Sanidad Militar). Además, se estableció que los cadetes de las academias también realizaran estudios en las universidades como complemento a su formación militar.

El cierre de la Academia General Militar resultó una de las medidas más polémicas de la reforma militar de Azaña, pero este consideraba que la Academia, bajo la dirección del general Franco, se había convertido en un centro difusor de las ideas militaristas propias de los militares africanistas y por tanto constituía un obstáculo para su proyecto de neutralizar políticamente al Ejército y ponerlo bajo el control de las Cortes y del Gobierno.

Palabras de Franco

Entre otras cosas Franco diría estas palabras: «Caballeros cadetes: Nuestro decálogo del Cadete recogió de nuestras sabias ordenanzas lo más puro y florido, para ofrecéroslo como credo indispensable que prendiese vuestra vida, y en estos tiempos en que la caballerosidad y la hidalguía sufren constantes eclipses, hemos procurado afianzar nuestra fe de caballeros manteniendo entre vosotros una elevada espiritualidad. Por ello, en estos momentos, cuando las reformas y nuevas orientaciones militares cierran las puertas de este centro, hemos de elevarnos y sobreponernos, acallando el interno dolor por la desaparición de nuestra obra, pensando con altruismo: se deshace la máquina, pero la obra queda; nuestra obra sois vosotros, los 720 oficiales que mañana vais a estar en contacto con el soldado, los que los vais a cuidar y a dirigir, los que, constituyendo un gran núcleo del Ejército profesional, habéis de ser, sin duda, paladines de la lealtad, la caballerosidad, la disciplina, el cumplimiento del deber y el espíritu de sacrificio por la Patria, cualidades todas inherentes al verdadero soldado, entre las que destaca como puesto principal la disciplina, esa excelsa virtud indispensable a la vida de los ejércitos y que estáis obligados a cuidar como la más preciada de vuestras prendas.

¡Disciplina!... nunca buen definida y comprendida. ¡Disciplina!..., que no encierra mérito cuando la condición del mando nos es grata y llevadera. ¡Disciplina!..., que reviste su verdadero valor cuando el pensamiento aconseja lo contrario de lo que se nos manda, cuando el corazón pugna por levantarse en íntima rebeldía, o cuando la arbitrariedad o el error van unidos a la acción del mando. Esta es la disciplina que os inculcamos, esta es la disciplina que practicamos. Este es el ejemplo que os ofrecemos».

Sin embargo, Azaña no se atrevió a expulsar a Franco y cuando ya solo le faltaba un mes para perder el generalato, por el famoso decreto del 25 de abril, lo nombró comandante general de Baleares.