Es imposible no romper a llorar con la escena final de Cinema Paradiso. O al menos no dejarse arrastrar hacia un ejercicio de contención para no descomponer el rictus en un fluir de lágrimas. Y eso que está demostrado (todo está científicamente demostrado) que las personas que más lloran son las más fuertes emocionalmente, porque las lágrimas son la prueba material de la empatía. «Cada lágrima enseña a los mortales una verdad», dijo Platón.

Volvamos al epílogo de la película dirigida por Giuseppe Tornatore. Una película que es intensa, una obra de arte desde los créditos del principio, desemboca en un hombre que ocupa una butaca en un cine de barrio. La sala se encuentra vacía. Es el único espectador. El personaje es Totó, el niño hecho adulto que abrió los ojos a la magia del cine gracias a Alfredo, el hombre mayor que durante décadas había manejado el proyector del llamado Cinema Paradiso. Cuando Totó regresa al pueblo convertido en un director de éxito para asistir al entierro de Alfredo, recibe una cinta con el montaje de las escenas que durante años al viejo proyector le había hecho recortar el cura del pueblo. Son planos románticos censurados por el padre Adelfio, besos, caricias... que Alfredo, en lugar de destruir, había conservado y protegido en su cabina, y ahora hacía llegar a Totó como regalo póstumo. Y delante de aquel solitario espectador, por la pantalla se suceden besos encendidos, besos fríos, besos furtivos... (el Kamasutra recoge hasta 22 tipos de besos; la psicóloga Victoria Cadarso eleva la cifra a 105). Una apología del amor, de la ternura, que tiene como banda sonora la partitura de Ennio Morricone.

Ese tema de amor, genialidad extrema del compositor romano fallecido el pasado 6 de julio, ha sido muchas veces versionado, siempre con el debido respeto a una pieza única y el primor del cirujano que porta en sus manos el corazón que late vivo a la espera de ser trasplantado. El propio Morricone llegó a mover la batuta mientras el cello de Yo Yo Ma encoge el alma llevando a quien lo escucha a una butaca contigua a la de Totó en aquel cine desierto. Pat Metheny tocó ese tema de amor en la Axerquía en otra de las inolvidables noches del Festival de la Guitarra de Córdoba, una pieza que grabó en su día con Charlie Hayden que todo buen oído debe disfrutar.

Alberto de Paz toca el piano con una proyección de cine al fondo. A.J. GONZÁLEZ

Posiblemente, grandes películas de la historia del cine no hubieran gozado de la misma atmósfera si la banda sonora no se la hubiese puesto Morricone. Desde los western de Sergio Leone ( La muerte tenía un precio , Por un puñado de dólares , El bueno, el feo y el malo , Hasta que llegó su hora ...) hasta éxitos de la gran pantalla como La Misión , Malena , Los Intocables de Eliot Ness , Érase una vez en América o Días de Gloria no serían lo mismo sin la música de Morricone.

En Córdoba, el pianista Alberto de Paz se ha especializado en trasladar la magia del cine desde las teclas de su piano. Él es el protagonista de un show musical llamado Tu gran banda sonora que ha llevado a muchísima gente a recordar en clave do, re, mi, fa, sol lo mejor del cine. Con The Broadway Collection también triunfó en el Góngora al arrancar el año, antes del covid. «La música puede hacerse la dueña y señora de una película», afirmó en las páginas de Diario CÓRDOBA este pianista, compositor y profesor de música que nos está acostumbrando a vivir conmovidos mientras que las teclas de su piano se atreven, intrépidas, con lo inatrevible, como fue convertir anoche el espacio del cine Fuenseca en otro Novo Cinema Paradiso . Lo hizo y hoy volverá a repetirlo (21.45 horas) para emocionarnos como a Totó aquellos besos escondidos del viejo proyector Alfredo.