Medina Azahara, Patrimonio de la Humanidad. Pero, ¿qué significa exactamente ese título? Pues se trata de un reconocimiento que se instituyó en la Convención de Senegal de 1972 por la Unesco para bienes ya sean naturales (cuevas, cañones, lagos, montañas…) o culturales (rutas, conjuntos arquitectónicos, hitos arqueológicos, etcétera) que cumplan algunos de los diez requisitos que se fijaron entonces.

En concreto, se trata de seis puntos para los bienes culturales y cuatro para los naturales, y basta con cumplir uno solo de ellos para, si está bien justificado el expediente, reconocerse la condición del bien como reflejo de los valores de la Humanidad y, por tanto, la necesidad de ser protegido y conservado, además de por el correspondiente gobierno nacional, por todos los países del tratado. Se trata de más 190 naciones entre las que, por cierto, no está EEUU. ¿Les suena?

El caso es que, como se ha dicho, los seis primeros puntos de esta declaración afectan a bienes culturales y, en lo que respecta a Medina Azahara, es un pleno absoluto, que es lo que ha demostrado el expediente aprobado ayer en Baréin. La candidatura no había dejado cabos sueltos y era un trabajo por el que España fue felicitada expresamente en la sesión de debate por Noruega, Brasil y Francia.

Punto por punto

Basta leer el primer punto de la Convención de 1972 para saber que ya lo cumple Medina Azahara: ser «una obra maestra del genio creativo humano», ya que hablamos de lo que fue la mayor ciudad palaciega medieval del Occidente Europeo, repleta de riquezas y arte, como atestiguaron las fuentes de la época y las actuales investigaciones arqueológicas.

El segundo apartado también es de libro: «Testimoniar un importante intercambio de valores humanos a lo largo de un periodo de tiempo o dentro de un área cultural del mundo, en el desarrollo de la arquitectura, tecnología, artes monumentales, urbanismo o diseño paisajístico», como lo es el arte islámico andalusí con su fusión de elementos de diversas culturas o la función diplomática que tuvo la ciudad palaciega de la corte de Abderramán III, uniendo la cultura de Oriente y Occidente.

Lo mejor de lo mejor

Para no aburrir, también los preceptos tercero y cuarto van de cabeza con Medina Azahara: «Aportar un testimonio único o al menos excepcional de una tradición cultural o de una civilización existente o ya desaparecida» y «ofrecer un ejemplo eminente de un tipo de edificio, conjunto arquitectónico, tecnológico o paisaje que ilustre una etapa significativa de la historia humana». De hecho, fue la virtud que más destacó el relator de Icomos al hablar de la candidatura: el que se trate de la ciudad califal bajo el subsuelo mejor conservada, ya que ni el Cairo, Bagdad o Damasco, tras siglos de ocupación continuada, han perdido sus vestigios primitivos más notables, algo que no ha pasado con la despoblada y después sepultada Medina Azahara.

Sin olvidar dos riesgos

Incluso el quinto precepto se cumple, después de que las investigaciones hayan descubierto cómo se construyó la ciudad aprovechando una ladera de las primeras estribaciones de Sierra Morena en tres niveles, con una disposición escalonada de acuerdo a los fines que la ciudad: representar en toda su grandeza el poder del califa. Así, Medina Azahara es también «un ejemplo eminente de una tradición de asentamiento humano, utilización del mar o de la tierra, que sea representativa de una cultura (o culturas), o de la interacción humana con el medio ambiente», como dice el punto quinto. Eso sí, aquí quizá hay que recordar que el relator de Icomos, al presentar ayer su informe sobre la candidatura en Baréin, señaló dos peligros sobre los que hay que trabajar mucho: la presión urbanística de las cercanas parcelas ilegales y la falta de un plan plurianual de inversiones de las administraciones para conservar, recuperar e ir profundizando en la investigación del conjunto.

Por último está el punto sexto, el último de los que afectan a obras construidas por el hombre y el único que por sí solo no proporcionaría el título de Patrimonio de la Humanidad, teniendo que estar respaldado por cualquiera de los otros cinco anteriores: «Estar directa o tangiblemente asociado con eventos o tradiciones vivas, con ideas o con creencias, con trabajos artísticos y literarios de destacada significación universal». Y no me discutan que Medina Azahara va mucho más allá de la leyenda de aquella favorita del califa que motivó su construcción. De hecho, la pasión con la que se vivió ayer mismo el nombramiento de Medina Azahara fue, como mínimo, también legendaria y digna de novelar.