Javier Gutiérrez (Luanco, Asturias, 1971) vuelve a ser el insufrible metepatas Jesús en la extremada comedia Vergüenza, producción cuya segunda entrega ya está en Movistar+.

-¿Qué novedades trae esta nueva temporada?

-Para empezar, ha crecido la familia. Dejamos a los personajes con el deseo de tener un hijo y no solo tienen uno, sino que son dos. Y eso de alguna forma les va a responsabilizar y a hacer conscientes de que tienen que dejar a un lado esa naturaleza que les obliga constantemente a meterse en charcos y a vivir situaciones bochornosas. Y, luego, al tener hijos, entran en escena nuevos personajes y situaciones; en este caso otros hijos y también otros padres. Con lo cuál, ellos en su paupérrimo círculo social, de repente, van a tener que tirar de una habilidad de la que carecen para intentar hacer amigos y acercarse más a la gente, que es su asignatura pendiente.

-¿El entorno social se convierte en elemento fundamental?

-El juego está más repartido. Y de repente nos damos cuenta de que la pareja de Nuria y Jesús no es tan grotesca como pudiera parecer. Que por encima de ellos podemos encontrar un nivel superior de zafiedad, aunque resulte inimaginable.

-La primera temporada se centraba en el punto de vista masculino de Jesús, pero, en esta, el personaje de Nuria que interpreta Malena Alterio cobra una nueva entidad

-Eso se agradece y hace que la serie sea todavía más rica, tanto para los personajes como para el espectador. Es cierto que en la primera temporada descubríamos a Jesús y había una mayor presencia del personaje y aunque Nuria estaba siempre ahí, ahora toca descubrir más a fondo sus inquietudes. Creo que el público va a disfrutar mucho con ella y con Malena Alterio, que está estupenda y hace un trabajo muy fino. Cada secuencia es una vuelta de tuerca hacia la excelencia. Yo estoy sorprendido, porque conozco mucho a Malena desde hace mucho tiempo y sé de lo que es capaz, pero aquí se encuentra en un absoluto estado de gracia.

-Es la primera vez que se ve en España este humor basado en la incomodidad y la vergüenza de una manera tan descarnada. ¿Usaron algún tipo de referente?

-Larry David y la serie de Louis CK Louie, flotaban en el ambiente. Juan Cavestany y Álvaro Fernández Armero trabajaban con diferentes influencias, pero siempre las filtraron a través de su personalidad y de nuestra propia idiosincrasia y nuestra tradición. Al final, nada de lo que pasa está tan lejos de Plácido de Berlanga y el puro costumbrismo español. Está en esa línea. Evidentemente, los tiempos evolucionan y la sociedad también. Fíjese lo que pasa ahora, que parece que estemos volviendo a los tiempos de la mordaza y la autocensura.

-Es precisamente uno de los temas del tercer capítulo

-Lo políticamente correcto nos está invadiendo y esta serie se salta todas las líneas rojas. Y sin ningún prejuicio y sin ningún pudor habla prácticamente de todo. Menos sonarnos la nariz con una bandera, hacemos prácticamente de todo.

-¿Qué tipos de tabús rompen?

-El racismo y la hipocresía social. Vivimos instalados en la fachada, en la careta, en la mentira. Somos capaces de ser muy psicópatas. Brindamos un abrazo al otro, y estamos a la vez clavándole un puñal por la espalda. Y Vergüenza sabe mucho de eso, está llena de momentos así. Yo creo que es una de sus claves, una de las razones por las que funciona, porque nos reconocemos en esa cosa tan española, tan hiriente, tan cainita, tan hijoputa de reírnos del otro. Cuanto mayor es la desgracia del otro, más gracia nos hace.

-Realmente ha conectado. Mucha gente se ve reflejada en cosas que les pasan a los personajes de la serie, por muy grotescas que puedan parecer.

-Creo que, en el fondo, todos llevamos un Jesús dentro instalado y una Nuria. No llegamos a sus extremos, porque esto es ficción y sería insoportable ir sin filtro por la vida. No tendríamos amigos ni familia ni trabajo ni nada. Estaríamos como están ellos, viviendo marginados socialmente, comiendo de lo que les pueden dar sus padres o de hacer pequeñas chapuzas. Son dos tipos abocados a la indigencia social.