Comprar un cogollo, prensarlo en un grinder y enrollarlo en un cigarrillo para llevárselo a los labios. Fumarse un porro se ha convertido en una rutina más en ciudades como Amsterdam. Sin embargo en los Países Bajos el cannabis sigue siendo técnicamente ilegal. Aunque el consumo recreativo está tolerado por las autoridades el cultivo de la marihuana aún está perseguido. Esto ha convertido el sistema holandés en una paradoja de difícil digestión. Desde hace unos años este pequeño estado debate cómo encarar este absurdo. Pioneros de la emancipación verde, los Países Bajos abrieron la puerta al cambio en 1973, cuando el Gobierno pasó a catalogar el cannabis como una droga blanda. Mientras al otro lado del Atlántico Richard Nixon endurecía su fallida guerra contra la droga, en Holanda se despenalizaba el consumo personal de esta hierba y se limitaba la posesión hasta los cinco gramos por persona.

No obstante, esa (política de tolerancia también tiene límites peculiares. A la despenalización del consumo recreativo no la acompañó la de la producción de esta popular droga, llevando a la paradójica situación que la maría que se fuma con total normalidad en el país tiene siempre un origen ilegal.

Entre 1975 y 1990 el número de tiendas en las que se permitía la venta pasó de una a 1.500, haciendo florecer el volumen empresarial de los agricultores del cáñamo. El cultivo al por menor se transformó en una industria oculta. No obstante, la falta de una regulación también despertó un lado más turbio. La eclosión de esta jugosa empresa verde no tardó en ser objeto del interés de las mafias. Así, según un reciente informe de la policía nacional, la mayor parte del cultivo cannábico en los Países Bajos está conectada a organizaciones criminales.