Llueve, la humedad se siente en el ambiente y la nostalgia, el moho del alma, reverdece. Volver a empezar. La primera vez que fui a Gijón dormí en el Hotel Asturias y sentí, con esa música dando vueltas en mi cabeza -¡esa música!- que como el viejo profesor volvía a un espacio que siempre estuvo ahí, el espacio de la regeneración, aunque el lugar no fuera mi tierra, ni volviera para morir.

Volver a empezar. Eso les sucede a casi 30.000 jóvenes andaluces que han vuelto a casa de sus padres para volver a empezar. No habían levantado el vuelo, cuando han tenido que aterrizar de emergencia en un nido que debe acogerles hasta que puedan despegar de nuevo.

El profesor de Berkeley volvía a despedirse, ellos vuelven con la caótica muerte de sus ilusiones entre los brazos.

En lo alto del escalafón de los que vuelven a empezar están ellos. Solo les salva que tienen más tiempo que nosotros.

Luego están los que sin volver están fuera con un nuevo comienzo de trabajos aún más precarios; los que vuelven a empezar una vida laboral distinta con el teletrabajo en vena y en la parte más baja, los que estando aquí o fuera, por alguna razón ni siquiera pueden volver, porque en la casilla de salida donde estaban no es volver, sino empezar de nuevo. Una juventud entre los 18 y los 30 años que está volviendo a empezar sin haber terminado de iniciar nada de aquello a lo que se pusieron.

No hay estabilidad, ni tampoco besos, ni abrazos. No hay noches de farra, ni discotecas aunque fueran distintas a aquellas de los Bee Gees a toda potencia; no hay noches con desconocidos y potajes flamencos al amanecer; no hay amores robados, ni caladas de humo a medias. Ni coches en los que cabían 7 y la tasa de alcohol ni contaba. No hay fiestas de treinta en un salón de diez metros, ni garitos en sótanos húmedos y cerrados, ni partidos de fútbol, ni sudores a medias, o ropa de ida y vuelta.

Les dimos todo y ahora no me parece justo lo que están viviendo. Nunca volverán esos años, sus años dorados que se han teñido de plomo. Plomo oscuro, del que pesa, sin brillo, ni intrascendente ligereza. Tienen que volver a construir sus sueños de futuro y rediseñar unas metas que ahora no existen. Esas etapas de la vida, la despreocupada universitaria, la feliz del primer trabajo, la emprendedora de su primera empresa, esas tienen que volver a escribirlas con distinta pluma y papel. Como alguien digo en aquella película, «siempre se puede volver a empezar». Es verdad. Unos mas que otros. Pongan esa música de Pachelbel, escuchen y sentirán que todos tenemos que volver a empezar.

* Abogada