...navegar sí».

Una frase universal que utilizan todos los marinos. Y que conocen todos cuantos hayan nacido o vivido en cualquier puerto de mar. Más aún los que lo han hecho desde pequeños, porque los recuerdos infantiles forman parte de la esencia indeleble de nuestro almario. Yo guardo toda la magia que puede tener el ver, por primera vez, rondando los diez años, hace ya más de medio siglo, la entrada del Juan Sebastián Elcano por la ría de Pontevedra navegando hacia la Escuela Naval de Marín. Lo escoltaban dos destructores que podrían pertenecer perfectamente a la famosa escuadrilla de Los cinco latinos, los buques de la clase Fletcher entregados por EEUU a España en el marco de los acuerdos de 1953.

Para quienes nos alimentábamos de Salgari, Errol Flynn o las aventuras del Cachorro, contemplar desde una pequeña elevación cercana a la playa de Mogor, en Bueu, la elegante silueta del bergantín goleta, era hacer realidad la fantasía. También recuerdo al Galatea disparando las salvas de ordenanza en Ferrol y la interminable eslora del Canarias, anclado en su dársena. Mi padre que, como buen ferrolano, amaba los barcos, me dibujaba las siluetas de las distintas clases de navíos de guerra. De modo que acabé identificándolos al modo de como lo hacían en las películas de submarinos. Él había trabajado un tiempo, como aprendiz electricista, en los astilleros antes de obtener una beca para estudiar periodismo en la recién creada Escuela Oficial. En una familia de once hermanos cualquier aportación a la economía doméstica era un tesoro. Desde entonces hemos tenido en casa la maqueta de un precioso cañonero que ganó como premio de aplicación. Años después logré emularle, aunque más modestamente, estudiando Bachillerato. Lo mío fue un libro sobre la expedición de la Kon Tiki. Ni que decir tiene que la primera vez que estuve en Oslo fui corriendo a ver el museo correspondiente.

Sus cuatro palos llevan los nombres de otros tantos navíos de guerra españoles, todos del siglo XIX, que le antecedieron como buque escuela. Tres fragatas -Blanca, Almansa y Asturias- y una corbeta, la Nautilus, que dió la vuelta al mundo en 1892 con ocasión del IV Centenario del Descubrimiento. Conocer sus historias puede ser una magnífica lectura para el verano. Como curiosidad: El primer nombre que se pensó para el Juan Sebastián Elcano -que tiene un gemelo, el Esmeralda chileno- fue el de Minerva. Y de hecho la diosa que ayudó a los Argonautas a llegar a su destino sigue presente en su mascarón de proa.

Recordar la imagen del buque es recordar la gesta de los navegantes que dieron la primera vuelta al mundo de la que se cumplen este año cinco siglos. El barco ya ha comenzado a hacerlo, entre otras cosas visitando el puerto de Guetaria, patria de Elcano. Pero en breve comenzarán a sucederse toda clase de conmemoraciones de la travesía que se inició un 20 de septiembre de 1519 en Sanlúcar. Y allí terminó el 6 de septiembre de 1522. Córdoba no tiene mar pero tiene una brillante nómina de marinos. Y quizá debería reverdecer esa tradición marinera uniéndose con algún acto al aniversario (si es que no se ha programado ya). Hasta tres destructores han llevado, por ejemplo, el nombre del egabrense Dionisio Alcalá Galiano, que navegó con Malaespina y capitaneó el Bahama en Trafalgar. Otros dos paisanos suyos, José de Vargas y Antonio José Parejo estuvieron a su lado al mando del San Idelfonso y el Argonauta. Otro ejemplo puede ser el montillano Diego de Alvear, que mandaba la Medea en la flotilla de la que formaba parte, al ser hundida por los ingleses, la mediática fragata Mercedes (sí ; la del pleito con Odissey). En otro momento y en ese mismo barco combatió la aguilarense Ana María de Soto, primera mujer en las filas de la Infantería de Marina española, la más antigua del mundo. Pero tanto en tiempos cercanos como pretéritos podemos encontrar muchos más nombres. Un vistazo al callejero del Parque Figueroa les puede servir de llave de acceso: Argote, Carrillo, Garrote, Martín Aguayo...

Evoco en muchas ocasiones esos momentos de niño. Especialmente viendo algunas películas. Valga por ejemplo, el final de Peter Pan, cuando las velas del Jolly Roger, recortadas sobre el disco lunar, van deshaciéndose, como las nubes de un sueño. O, mejor aún, los antológicos planos finales de Master y Commander, con la Surprise virando a toque de zafarrancho. La secuencia adquiere una irresistible emotividad a base de alternar las imágenes de la marinería -apostándose en los cañones y en la arboladura o aferrando los coys en las batayolas- con las del doctor Maturin y Jack El afortunado atacando, a violonchelo y violín, las notas del alegre pasacalles que Boccherini escribió para su Música Notturna Delle Strade... de Madrid. Detrás de unos y otros, siempre late mi primera visión del Elcano. Al fin y al cabo, parafraseando el lema del escudo del getariarra... Tu primus.

* Periodista