Pueden sumarse naranjas y manzanas? Sí, si consideramos aquello que tienen en común: que son frutas. No, si atendemos a sus diferencias. Si nos preocupa el papel que han de jugar sus nutrientes en nuestra dieta, es probable que no distingamos entre unas y otras, y las sumemos sin más en el balance global de nuestra ingesta de alimentos. En cambio, si cultivamos cítricos y sentimos en la cuenta de resultados la amenaza de las naranjas sudafricanas, seguro que nos interesa que la UE, cuando negocie su política arancelaria, diferencie entre ambas frutas. Existen varias clases de accidentes y, a ciertos efectos, podemos sumarlos todos. Pero a la hora de prevenir los riesgos laborales, resulta fundamental que se adopten medidas específicas que regulen ese tipo de siniestros, las cuales nada tendrán que ver, por ejemplo, con las que se adopten para luchar contra los accidentes en carretera. Una tabla estadística que adicionara los accidentes de trabajo con los de tráfico o los sucedidos en el hogar de nada serviría al legislador en su tarea de elaborar normas sectoriales.

Cada cosa que nos rodea, cada persona, cada situación, es un elemento que se integra en conjuntos muy diversos, algunos de los cuales se solapan, y otros no. Yo, por ejemplo, soy varón, padre, aficionado al ajedrez, funcionario, vecino de un determinado barrio, conductor, ciudadano, amigo de la literatura, contribuyente, hipertenso, etc., etc. Álvaro, mi compañero de oficina, es soltero, vive en otro barrio, apenas lee, no conduce, y no sabe muy bien lo que es un alfil. Como contribuyentes, ambos somos integrados en un mismo conjunto, pese a nuestras diferencias; como aficionados a la pesca, no. Todos somos muchas cosas al mismo tiempo, y es precisamente la suma de todas esas cosas lo que fija nuestra identidad. Algunos de los ingredientes mencionados al hablar de Álvaro y de mí son, por su incidencia sobre el conjunto de la sociedad, objeto de regulación por parte de los poderes públicos. Y es ahí donde hay que afinar. Sería terrible que Álvaro pagara menos impuestos que yo porque le gusta la pesca. Pero también lo sería que, por el hecho de ser ambos funcionarios, Álvaro fuese multado si no acudiera a recibir clases de ajedrez. A la hora de legislar, hay que distinguir los factores relevantes de los que no lo son.

Algunos jinetes cuestionan ahora si existe algo así como la violencia de género, es decir, la violencia ejercida por los hombres sobre las mujeres por la circunstancia de ser, precisamente, hombres y mujeres. Algunos consideran que sería mejor hablar de violencia doméstica, pues en ese ámbito las víctimas pueden ser no solo mujeres, sino también hombres, niños o ancianos. ¿Es correcta esta suma? ¿Son lo mismo el hombre que la mujer a la hora de trazar la radiografía de la violencia en el hogar? Si lo fueran, resultaría absurdo establecer una legislación específica sobre violencia de género, tanto como que Álvaro recibiera un trato fiscal diferente por el hecho de que ame las truchas en vez de los alfiles. La actual normativa considera que hombres y mujeres, a efectos de violencia doméstica, no son lo mismo. ¿Es esta, acaso, una diferencia ideada por los partidarios de la, así llamada, «dictadura de género» para atiborrar sus bolsillos de subvenciones? ¿Somos lanarmente sumisos (como afirma el jinete) cuando consideramos válida la vigente legislación sobre violencia machista?

La especie humana presenta lo que los biólogos llaman «dimorfismo sexual». En nuestro caso, los machos son, por término medio, más fuertes y corpulentos que las hembras, de modo que en caso de altercado violento son estas las que tienen todas las de perder. ¿Es eso una invención del «feminismo radical»? Las estadísticas dicen lo contrario. En el ámbito doméstico, cuando se producen situaciones de violencia, las mujeres son mayoritariamente víctimas, y los hombres casi siempre actúan de verdugos. Tratar de equiparar a unas y a otros -en un intento de socavar la legislación que protege a las primeras- ale-gando que todos son objeto de violencia es como intentar derogar la ley de prevención de riesgos laborales porque, de todos modos, también puede uno herirse en casa cortando un jamón. No pueden tratarse como iguales cosas diferentes argumentando que, en el caso que se considera, sus diferencias no son relevantes, si realmente lo son. A la hora de morir a cuchilladas en medio de la cocina, los hombres no son mujeres, ni las mujeres son hombres. No pueden sumarse aquí manzanas y naranjas; de hacerlo, no solo cometeríamos un error categorial, sino un retrógrado viraje a aquel tiempo en el que se pensaba que la violencia de género no existía por el simple hecho de que no se la quería ver.

* Escritor